miércoles, 13 de febrero de 2008

Los nombres del sexo (I)

Todo lo importante –o lo que preocupa a los hombres, que no tiene por qué ser lo mismo- tiene mil nombres. Son formas de llamar lo mismo de manera diferente. Y es que no debe ser igual nombrar la cosa en la fiesta del gobernador que entre los convocados para el casting de la película de arte y ensayo “Sexo, zanahorias y rebajas”. Eso será. Y además ya saben que el lenguaje ha de ser adecuado a la situación para garantizar el éxito de la comunicación. Y eso lo entiende hasta el más tonto del mundo, que dice Jiménez Losantos en sus corridas matinales.
Por eso lo suyo, incluso sabiendo que la jodienda no tiene enmienda, es decir acto sexual, que sería la expresión científica del negocio, como si los interesados fuésemos dos amebas excitadas para la ocasión. Claro que así y a secas, más que amebas a cualquiera le puede parecer que somos dos babosas que se encuentran en la humedad y se ponen a engrasar los cacharritos para perpetuar la especie. Y así de dos babosas otra babosa, y de una babosa con... En fin, dejemos la zoofilia para peor ocasión.
La Iglesia Católica –que no sé para ustedes, pero para mí siempre fue un referente- también prefiere que lo llamemos así, al fin y al cabo sus santidades gustan que si la cosa sirve para algo lo sea para eso, para sumar cristianitos dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Cierto que eso de sumar adeptos es lo que buscan todas las religiones.
Pero es verdad que la expresión, lo de acto sexual, suena distante, a probetas, a tubo de ensayo, a que lo estuvieran haciendo los vecinos y a nosotros nos llegara el sonido de calidad que ofrece la tabiquería fina. Un día de estos les relataré de cómo una pareja de jóvenes recién casados se convirtió en la mayor atracción de un bloque de vecinos con sus añitos de convivencia a cuestas. El acto sexual, qué cosas.
Claro que siempre hay alguien que se monta el numerito y defiende a muerte que él, que ella, sólo lo hace por amor, que sin amor nada de nada. No te vayas a creer que yo... Almas cándidas que quieren justificar que si sacan los pies del plato fue por amor. Yo sin amor no... Como si el amor tuviese algo que ver con estos asuntos que son, digan sus mercedes lo que digan, puramente físicos, y según he conocido después químicos; lo que es todavía peor. La química de la vida, la reacción en cadena de unas cuantas sustancias de las que no les citaré el nombre para que no confundan esto con la tabla periódica pero que son las culpables de todo. Lo demás son cosas de telenovelas. Y aclaro que lo de tabla periódica tampoco quiere decir una vez cada... Ya me entienden.
Ya ven, casi como los animales, aunque lo que hacen los animales es aparearse, juntarse con otro para reproducirse, lo que obviamente nada tiene que ver con la práctica de los humanos que se lo montan en comunidades de vecinos. Y de vecinas, que si no no hay reproducción ni multiplicación que valga, por lo menos por ahora.
Eso de aparear no se crea que es cualquier cosa, cuando menos es caro y selectivo. Y a veces hasta intervienen ayudantes de cámara que se ponen manos a la obra para que el acto carnal termine como tiene que ser y que no se desperdicie ni una gota. En esos trances zoológicos se habla de montar, que referido al animal macho es unirlo sexualmente a una hembra para que la fecunde; lo mismo que cubrir, que sería un sinónimo para la ocasión; aunque me dicen un par de amigas feministas que eso de cubrir y montar son expresiones machistas que otorgan a la hembra roles pasivos que pertenecen casi a otro tiempo, cuando los griegos por un poner. Y de montar, montería, que era el evento en el que la nobleza y aledaños, aprovechando que los perros tenían ganas de juerga, se daban a la caza de la zorra, y del zorro, hasta que llegó Antonio Banderas y Melani puso vallas al cortijo.
Pero volvamos a lo nuestro, a los tristes y comedidos humanos: ¿Quién no buscó (y no se me disfrace de Benedicto que le conozco) en su tierna adolescencia lo de follar en el diccionario escolar Sopena para encontrarse con esa decepcionante alusión a las hojitas y a los árboles? ¿Y de veras que eso lo hacen los árboles? Empiezo hasta a entender el desmesurado interés de Carmencita Cervera por los cercanos a su museo. Nunca me hubiera imaginado que la razón fuese esa. Tampoco hay que creerse todo lo que dicen los diccionarios, ya saben que en las Academias de la Lengua se cuecen unas habas que mejor no contarlas.
Antes –cuando éramos la reserva espiritual de Occidente y La Collares velaba por nuestra integridad moral- la palabrita ni aparecía en los diccionarios, sólo mentarla era pecado, cosa de adultos en acción, acción de andar por casa o por la ajena, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Tuvo que triunfar la democracia y que Bárbara Rey y María José Cantudo nos enseñaran las tetas y el culo para que apareciese un par de acepciones más allá de lo que hacen los árboles. ¡Cuántas cosas debe nuestro reino a Bárbara Rey! Ahora los diccionarios que se atreven a incluirla dicen que follar es una palabra vulgar. ¿Quién le dirá a la gente que hace los diccionarios lo que es vulgar y no? ¿Y ellos que harán? ¿Se lo montarán entre hoja y hoja? ¿Buscarán la ocasión entre un sinónimo y otro? ¿O serán tan vulgares como el resto de los mortales y no será tan bucólico como estamos suponiendo?
En cualquier caso follar es la acepción más extendida. Follan hasta los perros -y los de marca también- y cuando pueden sus sufridos propietarios. Y aunque no se lo crean hasta los reyes. Y los príncipes, o qué se creían, que las infantas vienen de la Clínica Ruber y del ¡Hola! . Para que se hagan cargo de las necesidades reales y de su historia sexual les recomiendo un libro escrito por el médico pediatra José Ignacio Arana, que según ha confesado ha terminado en las librerías con el título “Los grandes polvos de la historia”, como consecuencia de la decisión de las mujeres que rigen Espasa Calpe, que en cuanto lo leyeron entendieron que lo de “Historias curiosas de la sexualidad”, que era como quería titularlo el buen doctor, sólo lo podía decir un médico invitado a la celebración de la Pascua Militar, pero que eso no iba a vender ni tres en las estanterías de El Corte Inglés. Y como en eso de saber de polvos a las mujeres no les gana nadie ahí tienen el título por si quisieran pedirlo. ¡Qué reyes más calientes hemos tenido! ¡Y qué reinas! Hasta Fernando el Católico, y eso que ya saben que un polvo, un pecado. Y de los graves, que no es cualquier cosa. Y si se hizo por gusto más; por un gusto un disgusto, así que al infierno y sin billete de vuelta y a casa por navidad. Una guasa.

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