domingo, 23 de marzo de 2008

Consultorio sexual: Orgamos democráticos

“No duermo desde que escuché a Zerolo hablar de sus orgasmos democráticos. No me quiero morir si saber en qué consisten. Quizá puedan ayudarme. Si para tenerlos hay que ser diputado, me apunto. ¿Podrá tenerlos un militante del PP?”.
Se lo creerán o no pero ha sido la petición más repetida entre los visitantes del blog. Tomo esa de muestra. Ojalá Zerolo nos explique algún día cómo se consiguen. Invitado queda a esta casa. Y si no seguro que alguna editorial está dispuesta a publicarle el manual de instrucciones. No todo ha de ser aprender a poner la lavadora. Mientras eso llega nos toca suponer.
Por lo pronto democrátiko viene del griego. Y a gente tan versada no le vamos a explicar ahora en qué consiste hacerlo con vistas al Partenón.
¿Pero será necesario poner un presidente en la mesilla de noche para alcanzarlos? Los orgasmos, ya saben. Si es que al final esto si no es Sodomía -perdón, Sodoma- y Gomorra, lo va a parecer. “La familia que ya no es lo que era”. O eso dicen los obispos que saben bastante de todo esto.

Por qué lo llamas así si quieres decir... Sexo

Por qué lo llamas así si quieres decir sexo. ¿O no era eso a lo que te referías? Seguro que me equivoqué. Últimamente me fallan los detectores de feromonas. La primavera y los anuncios de colonias que todo lo alteran. Y además tampoco soy muy bueno para memorizar y repetir una frase hecha. Termino dándole la vuelta y montando el lío padre. De todas formas se entiende. ¿O no? En esto del sexo lo mejor es el entendimiento; y es que aunque muchas veces no se sepa muy bien qué es lo que se entiende, cuando hay sexo de por medio el personal sabe qué quiere decir y a qué quiere dedicar su tiempo libre. ¿Cuántas veces uno no termina de entender qué hacen Pepe y Natacha si él es de Tomares, Sevilla, no tiene ni idea de Ruso –de inglés tampoco- y ella por nacimiento y lengua está emparentada con una prima política de Putin que se crió en Ucrania, en las cercanías de Chernobil. Y les prometo que no tiene muestras de contaminación aparente. No hay más que verla. Debe ser que el sexo es una forma de metacomunicación. Por lo menos. Pero también es verdad que el gran problema de muchas parejas es precisamente la incomunicación. O eso dicen las encuestas. Claro que una cosa son las parejas y otra el sexo. ¡Faltaría más!
Si se acuerdan, cosa poco probable, estábamos hablando de ”echar un polvo”. Y decíamos que esta expresión entroncaba con el génesis de nuestra civilización y de nuestros credos. Dicen los poetas que somos polvo de estrellas. Cosas peores se han dicho. Yo con que la mía no esté emparentada con Silver Estallone me doy por satisfecho. Vía Lactea a un lado, lo de polvo hace alusión al semen. ¿Pero a que no sabían que la original historia con la que muchos padres explican la reproducción humana a sus hijitos del alma con el cuento de la semillita tiene que ver con todo esto? “Papá puso una semillita en la barriguita de mamá y...” Semilla, en latín, semen. Y es que al final nunca inventamos nada, que todo viene de lejos, que casi todo está en la lengua. La savia de la vida. Y es que donde se ponga una buena lengua... Una buena lengua es la leche, otro de los nombres de la simiente. Y además es baja en grasas, en colesterol y se sirve sin tetrabrik. Y además sirve a millones de pobres espermatozoides para lanzarse al vacío.
En algunas zonas de Sudamérica al semen lo llaman “afrecho”, que es la cáscara desmenuzada de los cereales. Antes eso era pienso para animales, ahora que la harina integral está a la última y los problemas de estreñimiento son una constante de nuestra sociedad de atascos y laxantes, igual hasta se lo encuentran entre las recomendaciones anexas a la dieta mediterránea.
O si lo prefieren también pueden optar por “echar un casquete”. La gente que tiene mucha imaginación y ve donde el glande un casco. Otros una bellota. Lo de ponerse el casco es una recomendación laboral y otra de la DGT. Y ya saben que lo más seguro es no quitárselo nunca, salvo operaciones gratuitas de cambio de sexo, que haberlas las hay. Sepan en cualquier caso que esto en los diccionarios sigue siendo vulgar, malsonante; y mis lectores ya sé que son muy finos.
Muchas palabras y poco sexo. ¿No les parece? Y es que ustedes están leyendo esto cuando deberían... El repertorio es tan amplio que mejor se dedican a “enganchar” lo que puedan, que es lo que les recomendaría Raúl Castro para empezar la apertura –del régimen, que les conozco- por algún sitio. Y es que desde el hincar andaluz al foder gallego, pasando por el empiernar venezolano o el jalar de Colombia, son demasiadas las palabras que llevan a la entrepierna y a sus aledaños. Y lo mismo con agarrar, forrar, joder, mojar, carnear, espichar, tirar, culear, curtir...
Y en la América española la cosa todavía puede ser peor. O mejor, si entendemos que la diversidad contribuye a hacerlo más entretenido. Así los argentinos dicen clavar donde los mexicanos planchar o los chilenos afilar. Y ya saben qué afilaba Pablo Neruda que tuvo fama de buen amante. En algunas zonas de Centroamérica hasta se usa pisar, palabra que en la madre patria se reserva para que el gallo y la gallina hagan sus “guarrerías españolas”, versus Chiquito de la Calzada. O montar, expresión que muchos hispanoparlantes reservan para el apareamiento animal, pero que en determinadas zonas de Argentina y Chile se usa para el chingar o el singar centroamericanos. En la República Dominicana, cuando de sacarle lustre a los cacharritos de despichar se trata, como dirían en Costa Rica, dicen “rapar”; que es casi un modo de sacarle brillo al casco que dijimos.
En la aventura sexual también son frecuentes las formas onomatopéyicas. Así una buena sesión de ñaca-ñaca ya se imaginan de qué pudo ser. O si la cosa fue rápida rápida –que diría Arguiñano- mejor será que digan que “echaron un quiqui”, que viene del inglés quickly, rápido y con prisas, hecho como si estuviera a punto de aparecer por la puerta su excitante majestad con su bolsito de reglamento. O foqui-foqui, también del inglés, fuck, follar.
Bueno será terminar –de alguna forma ha de hacerse- con un palabro leído al padre Umbral (q.e.g.e.): fornifollar. Sería la precisión de quien tuvo la suerte de meter la propia entre las piernas de España, su compañera de viaje y su pasión.