lunes, 29 de diciembre de 2008

Nunca he tenido un orgasmo

“Llevo catorce años casada con el que creí el hombre de mi vida. Me enamoré de él en el ascensor que llevaba a la oficina, coincidíamos todos los días a las ocho en punto. Me gustaba el modo con el que se tocaba el paquete con disimulo. Ya había observado que le cargaba a la izquierda y aprovechaba el ascenso vertiginoso de la máquina para rectificar la posición heredada de la conducción de su yaguar negro. Las primeras veces que lo hicimos fueron muy excitantes pero ni siquiera esas alcancé el orgasmo. Ahora me he vuelto a enamorar otra vez y también en el ascensor. A éste le carga a la derecha y me ha parecido que lo tiene ligeramente mayor. Hemos quedado y he tenido el gusto de comprobarlo. Estaba en lo cierto pero tampoco lo alcancé. Y eso que el nuevo ascensorista puso todo lo que pudo. No sé qué hacer. ” María Hernández, Madrid.
Siga poniendo ascensores en su vida hasta que alcance lo que busca, pero pruebe a hacerlo fuera de las paradas entreplantas.

Intercambio de parejas

Cuando se cumplen veinticinco años compartiendo sábanas y mantel, lo que no se sabe seguramente es porque no se quiere. O cualquiera sabe, quien más y quien menos es una caja fuerte blindada contra el tiempo. Y contra los deseos y los gustos todavía más.
Ella era y es una hacendosa ama de casa. Él el director de Recursos Humanos de una multinacional que se ha hecho así mismo. Ella siempre fue la mujer de la casa, ni siquiera dejó de serlo cuando dedicó algunas tardes a vender fiambreras de plástico en reuniones de amigas que aguantaban el rollo con tal de tomarse gratis un café con derecho a los chismes de la vecindad. Él empezó trabajando en una empresa familiar en la que se forjó así mismo desde los niveles más bajos. Dio el salto al estrellato cuando la empresa para la que trabajaba fue absorbida por su actual propietaria. Desde entonces no se ha quitado la corbata, ni siquiera en las fiestas de guardar. Si se la quitaba por la noche yo diría que lo hacía hasta con dolor.
Era así que cuando la reina de la casa prepara la ensalada, de siempre, de mucho antes de las telenovelas, prestaba especial atención a las bananas, a las zanahorias y a los pepinos. A los nabos menos, no por nada, es que no entraban en su dieta. Era una cuestión cultural, pero no más. Claro que cuando compraba bananas, zanahorias o pepinos los prefería hermosos, que tuvieran donde cortar. Y es que había que verla. Tras los magreos preliminares para contrarrestar la tersura de la nevera, lo que venía después dejaría sin aliento al más pintado. Y es que si dejaba un trozo sin rebanar, sin hacer rodajas, sería –téngalo presente- por equivocación, pero no más. Cierto que alguna vez pensó que lo suyo, con aquellas prácticas verduleras, de tener algo en la entrepierna eso sería una alcancía. Eran métodos como otro cualquiera. Una alcancía. O dos, que también podría ser. Claro que ella, hacendosa y dulce, sin otro amor que su director de Recursos Humanos y sus flirteos con don Limpio, esas cosas, casi pecados, casi ni las pensaba. ¿O sí?
Claro que elegir al mejor, al más adecuado, tiene su intríngulis. No es fácil. En eso consiste todo el trabajo de él. Verdad es que entre los elegidos abundan ellos, los mismos que hace permanecer de pie algunos minutos frente a su mesa de despacho. Los mira a los ojos –los prefiere con los ojos negros (el negro no oculta nada, repite en los seminarios en los que adiestra a sus subordinados)- y quién te dice a ti que de refilón, al tiempo que repasa al aspirante por entero, no guarda una décima de segundo para recrearse en el paquete. Sagrado envoltorio. ¡Igual sí, igual no!
Por casi todo eso, cuando veinticinco años después de aquel “Sí quiero” él le reveló el secreto del regalo mejor guardado para conmemorarlo, ella, acostumbrada a sus pepinos y a sus pollas en vinagre, a sus sartenes y a sus cazos, apenas musitó un “lo que tú quieras, amor” que se diluyó entre las sábanas y el edredón. Él le contó la buenanueva. ¿Y si por variar se apuntaran a un cambio de pareja? Él lo tenía casi todo pensado. No con cualquiera, gente de calidad, como ellos, gente formal. “Lo que tú quieras amor”, repitió ella mientras dejaba sobre la mesita de noche lo último de Pilar Urbano, el libro queríamos decir.
Quedaron para cenar el viernes siguiente más cercano a su aniversario. Se compraron ropa interior para no desentonar. ¿Pero qué ropa se compra una para...? ¡Qué más da, si lo importante terminará siendo saber quitársela! ¿O no? Ella pasó la prueba: se miró en su tocador y se vio radiante. Hasta tuvo tiempo para darle el visto bueno a él.
Subieron en ascensor sin saber muy bien a donde. Sexto piso, puerta nueve. Los anfitriones los esperaban vestidos para la ocasión, impecables, casi de gala, pero sólo casi. Media etiqueta, como decían cuando acudían de novios a las cenas cotillón. Él, traje gris marengo recién planchado; ella unas gasas ligeramente insinuantes tocadas con unas plumas pequeñas y a juego. ¿Serían naturales? Seguro que no.
Cinco minutos después nadie diría quienes eran los unos y quienes los otros. Cenaron algo de sopa, fruta, algunos mariscos y champagne. ¿O fue cava? Tampoco importa. Sí importaron las pocas miradas que se cruzaron. ¡Dios sabrá dónde se perdieron! Los ojos se huían como cuando eran jóvenes y jugaban a escurrirse hasta que se encontraban en las glorias del final. Más importa que durante las copas empezaron todos a reír con esa risa nerviosa de los que van a morir, de gusto si pudiera ser, habrá que decir. Aunque es verdad que eso hay que ganárselo ¿O qué se pensaban? Nada en esta vida viene de balde. Y si lo parece peor, seguro que termina costando más de lo pensable. Pero debe ser que recogidos los platos y los vasos, sofocados ellos, sofocadas ellas, a la abnegada esposa le escoció que ambos no volviesen en un tiempo prudencial de la cocina. Y es que al final no volvieron. Ellas se quedaron por un rato con el gusto de la conversación en la boca, hasta que la otra se le insinuó y como si fuese un juego se le enganchó de los labios hasta hacerle notar que su lengua era capaz de hurgar mucho más allá de los empastes. ¡Señor, señor! Para relajarse y templar los nervios y las cosquillas en la barriga pensó que nada mejor que una coca-cola fresquita. Y además se estaba haciendo pis, cosas del champagne. Y descargó y quiso encontrar el refresco en la cocina. Y se los encontró a los dos de lleno rompiendo el fuego sobre la mesa del officce, ligeros de equipaje y con los pantalones recogidos por debajo de las rodillas. Eran dos, tres ¿O eran cuatro? Nunca lo hubiera supuesto chupándola de ese modo. No es que... pero claro. Es que hasta ayer esas cosas se las hacía ella, como el cazón con tomate. Ya ven que ya no. ¡Y con qué ganas! Su hombre apenas pudo levantar la vista mientras agarraba con fruición las gónadas de su compañero de viaje y sus labios se hacían cargo de lo que podían con inaudito entusiasmo. Ella sabía cuánto costaba respirar en esos trances.
Quiso dios que la cocacola estuviese en su punto, fresquita, como debía ser, y que su compañera siguiera esperándola, ya desnuda del todo, sin cartas marcadas, ofreciendo sus exquisitos labios –los otros- dispuestos y en flor.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Consultorio: Pecados por sexo virtual

“En casa somos muy tradicionales, sin llegar a pilar-urbano nuestras creencias religiosas y monárquicas están muy arraigadas y son muy profundas. Antes, cuando los pecados por malos pensamientos nos acuciaban como los cobradores del frac, nos bañábamos con agua fría y rezábamos un rosario que nos garantizaba, si no el perdón la tranquilidad del espíritu por esas del arrepentimiento. Últimamente y por culpa de internet –en casa nos hemos abonado a una adsl en la que todo nos va muy rápido- no hay día que no reciba publicidad de relaciones y contactos, que están sofocando y torturando mi espíritu. Ya no puedo ni encender el ordenador sin que en la pantalla no aparezcan chicos morreándose y metiéndose mano. ¿No será esta tecnología cosa del diablo? ¿No será todo esto pecado?” Eugenio García de Vinuesa.
Los pecados virtuales se pagan con la factura del teléfono. No se preocupe, los expiará después de los primeros meses de gracia.

Despedida de soltero en el chat

Nunca terminó de adaptarse a la vida urbana: compartir el autobús, un portal, subir las escaleras con pasos cansinos y con cierto abatimiento, encender la primera luz y encerrarse en su pequeño piso hasta el día siguiente. Quizá por eso se le fue enturbiando el carácter y haciendo mella en las terminaciones nerviosas que llevaban todo lo que hay que llevar al cerebro. Y pasaban de estas repeticiones ya 33 años, la edad de Cristo, que decían –y dicen- en el pueblo. Así pues, sumando sumando, colgaba sobre su cuerpo 50 tacos con sus días y sus noches. Claro que no los aparentaba. Nunca nadie pudo predecir su edad, el cuerpo enjuto, casi carcomido y empellejado, barbilampiño y rubiazco, malos pelos pero muchos, no ayudaban en la adivinanza.
A ella la conoció el primer día que entró a trabajar en la empresa que lo recogería –o eso creía - de por vida y como si fuera una oenegé de ayuda al mundo rural. Ella también venía de esas lindes. Carnicera, dijeron alguna vez que fue antes de monja, por decir algo, de auxiliar administrativa especialista en arqueos y silencios meticulosos, para ser precisos. Él la tenía delante como mínimo 8 horas al día, y algunas jornadas, cuando la dirección imponía balance, más. Cinco años la tuvo enfrente sin cruzar más de dos palabras en todo ese tiempo, palabras siempre áridas y técnicas, que contaban de números, expectativas y beneficios. Y así mirándola y remirándola, se fue obsesionando, recomiendo por dentro, deseándola. Nunca sabré si el amor será eso, pero aquello que recorría desde su epidermis hasta lo más hondo de sus vísceras, deben saber que si al principio eran poco más que unos cuantos números por cuadrar, se fue convirtiendo en un estremecimiento continuo que no lo dejaba ni atrás ni alante. Se llegó a obsesionar tanto, que en su soledad de jefe de Contabilidad –los jefes siempre están solos- se mataba a pajas pensando en ella. Y si en el despacho encontraba algún sitio en el que una rendija permitiera verla y mirarla la pasión estaba servida. Y si no sin verla en los retretes escamondados y oliendo a fresas y lejía. Y en los soliloquios de su piso relimpio por una señora por horas vuelta a empezar. Se hacía todas las que podía y ya a veces hasta sin ganas, casi de forma mecánica, sin que existiera incluso relación entre los movimientos de su mano y la información desvariada que llegaba a su cerebro. Y es que a veces ya, de tanto batir el trasto, ni le salía nada y sólo cierto regusto y algo de calambre en la entrepierna le anunciaban que una vez más el objetivo se daba por conseguido.
Y es que al mozo todo le venía al dedillo para sus correrías y pensamientos. Si ella llegaba en vaqueros, bien, con minifalda estupendo, con escote y canalillo fascinante, con chaleco de cuello alto sensual... Acudiera como acudiera el deseo estaba servido hasta convertirse en la callada obsesión que dijimos. Fueron días felices en los que él no hacía daño a nadie y en los que la imagen de ella se fue grabando como a fuego en las palmas de sus manos al ritmo de un dale continuo que te pego. “Cuando sea mayor... –se decía o pensaba- cuando sea mayor será mía.” Y en esas se quedaba dormido con el cacharro entre las manos y soñaba que ella le decía “Si, quiero”, sin que nada tuvieran que ver el debe, el haber o las entradas en caja. Ahora se cumpliría el sueño.
Tuvo que pasar lo que pasa en las empresas, que un Expediente de Regulación de Empleo, un quítate de ahí que ya no te quiero, los plantara en la puerta del negocio con una pancarta en la que contaban que después de tantos años, de veras, de corazón, que no esperaban eso. Y así, cogidos del mismo pasquín se miraron y hablaron de lo hermoso que estaba el día a pesar de los pesares, de la densidad del tráfico y del buen ambiente que había en la calle a esas horas. Y fue así que sin saber cómo, quedaron para tomarse juntos unas tostadas y un café. Con leche ella, cortado él. Pero sobre todo quedaron para mirarse, mucho, muchísimo, todo lo que se permite mientras se unta el pan con mantequilla o se chorrea de aceite una rebanada dorada de pan. Y así hasta que se cruzan, en esa parte del cerebro en la que se guardan las cosas que no se saben, los retazos del Último tango en París, con las rodillas desnudas de ella, aprovechando que la falda ligeramente se ha corrido, poco pero lo suficiente, sobre la tersa piel de sus piernas.
Por eso ahora, cuando la noche se ha colado en su piso de soltero (¡Qué antiguo llamarlo así!) ofrecido ya en las ofertas de alquiler, a punto de casamiento, con la maleta preparada con las últimas mudas y alguna camisa por estrenar, ha sabido que su despedida de aquellas cuatro paredes en las que tanto había gozado no podía tener sólo y como epílogo el ceceo dulce y suave de la ministra de Igualdad entrevistada entre las luces y las sombras de la tele. Con sus primeros planos y sus palabras acompasadas y medidas de fondo ha encendido el ordenador y ha buscado casi como ignorante y novato un chat en el que celebrar su mejor despedida de soltero. En la tele han puesto publicidad mientras él tecleaba su nick y se hundía en la vorágine de conversaciones infinitas y jeroglíficas, salpicadas de símbolos que dicen cuentan sensaciones y pensamientos. Hoy quiere que todos y todas sepan que se despide, así, sin más fiesta que la digital. Él nunca conecta la webcam, pero sí activa aquellos usuarios que usan el servicio y que se ofrecen en toda su decadencia o esplendor, que de todo hay, no hace falta ni decirlo. Le daría pudor hacerlo y hasta vergüenza que le vieran allí sentado, mirando, que es sobre todo lo que a él le gusta, mirar y remirar e ir imaginando lo posible y lo imposible, como en los cuentos. Así es cómo en la pequeña pantalla en la que se reproducen los vídeos se ha colado Lupita con una lengua grande y larga -casi de diablesa, ha pesando- que la mueve sinuosa mientras parece que intenta recitar un extraño poema lleno de gemidos y deseos. “¿Cuántas pollas de veras se habrá comido ésta?”, piensa mientras casi sin esperárselo, sin goce apenas, su esperma ha dado un triple salto mortal y se ha estampado sobre la brillante pantalla de su portátil. Después ha visto como la lechada se ha ido desparramando lentamente monitor abajo y ha creído escuchar por un momento el crepitar de los espermatozoides asándose.

sábado, 25 de octubre de 2008

Consultorio: Negocios de familia

“Tengo entre 35 y 40 años. Mantengo una relación con una mujer que me duplica la edad. No sé exactamente la suya, pero me refirió que se casó en únicas nupcias el mismo día que Concha Velasco, un detalle de esos que nunca se olvidan. Por mi parte nunca había vivido una relación erótica tan intensa. No usamos ningún método anticonceptivo y me preocupa que pudiera quedarse embarazada. Hace poco me invitó a participar de un chats privado que mantiene con unas amigas que conoció en un viaje organizado que realizó el pasado septiembre. Eran todas muy simpáticas y aprendí mucho de cuánta ropa interior se puede comprar en rebajas. ¿Para qué querrán tantas bragas? Una de ellas, si no me equivoco su mejor amiga, se me ha insinuado y me ha pasado la dirección de casa por si quiero chatear en vivo y en directo. No sé si aclararle la situación. Tampoco si debo hablarlo con papá.” Víctor Fernández.
Rece porque no le propongan un trío. Mientras tanto puede seguir viendo Gran Hermano tranquílamente en su sofá.

La Memoria Histórica y la Economía doméstica

Me llega por correo, de un ávido lector que un día igual les presento, pues me cuenta que colecciona consoladores y eso es de agradecer en días tan sufridos como estos, una “cosa” -ni siquiera sé cómo nombrarla- de la que quizá sería mejor mandar copia a nuestro juez de cabecera, por su interés en eso de la memoria histórica, donde no todo son enterramientos. Y más ahora que está interesado en los Jefes de Falange y del Movimiento. Y eso que hasta moverse era pecado. Ya veremos si no sale algún nombre con cachorros a punto de caramelo (o de preservativos con sabor, cuestión de gusto). Y otra copia quizá debiera mandársela a Bibiana, la ministra de Igualdad, por aquello del miembro, que sin mentarlo sobrevuela este asunto que nos traemos entre manos y que es casi un ejercicio de lectura comprensiva que ya verán no tiene desperdicio, “la cosa”, que de la ministra no tengo el gusto. El personal que no para con eso de los malos pensamientos y además sin salirse de donde mismo. Claro que todo se les vuelve pecado, y no como a aquellos santos –y santas- de la “Sección Femenina” de la Falange Española y de las JONS, que en 1958, a punto de autarquía, dispusieron lo que tenían que disponer (y que yo después les trascribo) como texto de estudio para la asignatura de “Economía doméstica para bachillerato y magisterio”. Todo un punto, nada que ver con estos modernos que no dan más que para Educación para la ciudadanía. ¿Qué diría entonces de aquellas instrucciones la santa iglesia? Porque ya verán que aquellos sí que eran unos guasones. No se lo pierdan.
Sí les aseguro que desde que me llegó “la cosa” casi no vivo imaginando a doña Pilar Primo de Rivera, y hasta a “La collares”, la primera señora de Meirás, en el momento de lanzar el pequeño gemido que diera la certeza del deber cumplido al Caudillo, que ya saben que era bajito pero matón -¿En eso estamos de acuerdo, no?- pero que desde su cama nupcial inspiró nuestra bien agradecida fama de macho-ibéricos. Después llegó la democracia, la preocupación por el lince, la Constitución, la movida madrileña (antes no pasábamos del cocido), los metrosexuales y la caída en desgracia de Fernando Esteso. Ya no levantaríamos cabeza nunca más, cuenta mi gentil interlocutor. Aunque yo mejor me callo, no sea que se confundan.
* * *
“Ten preparada una comida deliciosa para cando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato preferido. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero.
Prepárate: retoca tu maquillaje. Coloca una cinta en tu cabello, hazte un poco más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo.
Durante los días más fríos deberías preparar y encender un fuego en la chimenea para que él se relaje frente a él. Después de todo preocuparse por su comodidad te proporcionará una satisfacción personal inmensa.
Minimiza cualquier ruido. En el momento de su llegada, elimina zumbidos de lavadora o aspirador. Salúdale con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle. Escúchale, déjale hablar primero: recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos. Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. Intenta, en cambio, comprender su mundo de tensión y estrés, y sus necesidades reales. Haz que se sienta a gusto, que repose en un sillón cómodo, o que se acueste en la recámara. Ten reparadas una bebida fría o caliente para él. No le pidas explicaciones acerca de sus acciones o cuestiones, su juicio o integridad. Recuerda que es el ama de la casa.
Anima a tu marido a poner en práctica sus aficiones e intereses y sírvele de apoyo sin ser excesivamente insistente. Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres. Al final de la tarde, limpia la casa para que esté limpia de nuevo en la mañana. Prevé las necesidades que tendrá a la hora de desayuno. El desayuno es vital para tu marido si debe enfrentarse al mundo interior con talante positivo.
Una vez que ambos os hayáis retirado a la habitación, prepárate para la cama lo antes posible, teniendo en cuenta que, aunque la higiene femenina es de máxima importancia, tu marido no quiere esperar para ir al baño. Recuerda que debes tener un aspecto inmejorable a la hora de ir a la cama... Si debes aplicarte crema fácil o rulos para el cabello, espera hasta que él esté dormido, ya que eso podría resultar chocante para un hombre a última hora de la noche. En cuanto respecta a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le presiones o estimules la intimidad. Si tu marido sugiere la unión, -en negrita en el original- entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes. Es probable que tu marido caiga entonces en un sueño profundo, así que acomódate la ropa, refréscate y aplícate crema facial para la noche y tus productos para el cabello. Puedes entonces ajustar el despertador para levantarte un poco antes que él por la mañana. Esto te permitirá tener lista una taza de té para cuando despierte.”
Sin comentarios... ¡Dios salve al rey!

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Consultorio: Miedo a los hombres deporte

“Necesito ayuda. Tengo miedo a los hombres que hacen footing en el parque al que bajo cada tarde para que un chucho que tienen mis padres haga sus cositas. Me dan miedo los deportistas y se están convirtiendo en un trauma que no puedo superar. Sueño con ellos y es como si cada noche se convirtieran en una terrible pesadilla. La última vez, harta de discutir con mis hermanos y cansada de tantas retrasmisiones deportivas en la tele, soñé con Rafa Nadal que me perseguía por los pasillos de mi casa con la raqueta en mano. Desde esa noche no he vuelto a conciliar el sueño con normalidad y hasta me estoy medicamentando. No sé qué hacer, a veces, en la oscuridad de la habitación creo que se me aparece la selección nacional de fútbol y hasta un señor que dice llamarse Luis Aragonés. Mis hermanos dicen que estoy loca, que Luis ya se fue, y que ese tal Luis ya no tiene nada que ver. Una amiga que estudia psicología me ha recomendado que me compre una raqueta e intente masturbarme con su mango para ver si así lo supero. Pero no me atrevo, me da miedo y no sé qué hacer.” Penélope, Sevilla.
Yo tampoco.

Despedida de soltera

Seguramente saben que la gente, incluso en días de crisis como estos, pasa a mejor vida y contrae matrimonio -santo o civil, que eso ya ni importa- supongo que como un medio para hacer frente a la desesperada situación que les tocó vivir. A muchos de estos eventos le precede una despedida de soltero o de soltera que no conviene olvidar como precedente de ese más allá al que, a lo mejor sin saber la razón, nos dirigimos casi todos. Pero tampoco conviene olvidar que igual que se celebran los matrimonios, también se honran los divorcios -el alfa y el omega que dirían los griegos- acaso como excusa para poner una nota de color en el gris de nuestras vidas.
Pero las despedidas como los matrimonios ya tampoco son lo que eran. Ahora las reuniones de los amigos y de las amigas de la víctima se mueven por los derroteros que marcan los profesionales de la lascivia. Y es que en esto del sexo hay pocas novedades: A ellas les gusta el paquete ajeno y rellenito de lujuria, mientras que ellos se mueren por los amasijos de silicona debidamente presentados. Cierto que siempre habrá también quien no esté por colgar billetes de las cosas de comer. Es otra opción, tan respetable como la primera, y un modo de no confundirse ni de churra ni de merina.
* * *

M. quería para despedirse de su estado civil de toda la vida lo último de lo último. Y es que cuando se deja de ser soltera ya no se vuelve a serlo nunca más. O al menos no como al principio. Así que ella quería para su adiós lo mejor. No le valía cualquier cosa. Por eso hurgó en todo lo que era moda en tales menesteres pero no encontró gran cosa, ya advertimos que en eso de los placeres de la carne, lo último, lo más, lleva ya de friso en las ruinas de Pompeya un millar de años, así que lo que halló en las empresas de servicios que se dedican a eso de gestionar o marcar paquete y tabletas de chocolate, fue mucho más de lo mismo y casi nada de lo hallado la satisfizo: Mozos de gimnasio de difícil catadura, metrosexuales con depilación láser de última generación, leñadores finlandeses con pasarían por osos albinos en los zoológicos del mundo, seminaristas con tiempo libre para la oración, transexuales con badajo o sin él... De todo, pero una está tan harta, ha visto ya tanto en televisión, que sabe que en eso de la carne hay tanto cartón piedra, que lo mejor –pensó- es tomarse las cosas con calma y disfrutar de lo que se tiene en casa. Y así fue que no eligió nada y que entre una cavilación y otra llegó la noche de autos, y que sin saber muy bien a cuento de qué, estaban ellas y sus amigotas allí, en la que sería la casa de su vida. Así pues, casi sin remedio, el grupo de chochotristes que éramos se fue conformando con ir poniendo verde a todo bicho viviente que pasaba por nuestras mentes, a la par que nos íbamos zampando un crispi tras otro, entreverados con alguna corteza con sabor a jamón, de pata negra, por supuesto. Pero una, aunque crea lo contrario, no siempre lo controla todo, y así fue que allí que estábamos con la noche entera por delante, y por lo que respecta a servidora, con el equipito de salir de caza listo para revista, con los bajos comerciales dispuestos cual si tocara revisión tocológica, y con las primeras bragas de se mira pero no se toca que no me había comprado en unas rebajas adornando mi cándido cuerpo. ¿Por cierto, sabían que las berenjenas tienen un aporte de nicotina que ya lo quisiera para sí la fábrica de tabacos, lo que la convierten en el complemento ideal para dejar de furmar? Lo he escuchado en la radio. Yo al mío le voy a comprar un kilo, que no quiero que me humee el lecho nupcial, que se ponen muy feas las paredes en cuanto amarillean. Quién sabe, igual se pone de moda que después del asunto el personal en vez de furmarse un cigarrito se coma una. Quedan tan románticas sobre la mesilla de noche... Pero en fin, nosotros a lo nuestro, que si no no termino de contarles lo que pasó. Y es que las guarras, con perdón, –entiéndanlo en sentido figurado o como quieran-, esas que dicen que no quieren nada malo para una amiga como yo, las muy guarras de mis amigas –les decía - me habían preparado lo que no tiene ni nombre ni perdón. Menudas putitas que están hechas, arrieritas somos...
Pues pasó que andaba una de un ron con cola a otro y con más de un puñado de fritos semidigeridos flotando en el estómago, que me colé en la que alguna vez sería la habitación de los niños sin percatarme de la compañía, y menuda compañía, yo no sé si todas las striper tienen las tetas de la ex de Paquirrín, pero les juro que ésta, la que servidora tenía delante, o detrás, que así fue como empecé a notarlas duras como pomelos -¿cosas de la silicona?- en mi espalda, segundos antes de que nos cayésemos en un agujero negro y el universo estuviese en plena contracción. Aunque para agujero negro el suyo, y su lengua, qué lengua, si no me llegó a la úgula que venga el otorrino a levantar acta de dónde me dejó las marcas del maltrato, mientras me balbuceó al oído: “Me ponen las tías que se van a casar”. Y de veras que ya no habló más porque se perdió en los mares del sur con una dedicación exclusiva que... ¡Señor, dónde enseñarán tanto arte! Yo, qué quieren que les diga, sólo sé que perdí el conocimiento cuando después de mucho masaje y más cosas que no les cuento por pudor, me quedé (y les aseguro que no tuvo ni contemplación ni conmiseración alguna) sin la pretérita virginidad anal por la que tanto había velado y que sabe dios era el único hueco que mi pobre P. había respetado por esas cosas que usted, Hemoal y yo sabemos. Pero lo de aquella noche fue visto y no visto. A la tercera embestida de aquel cacharro, que ya lo quisiera para sí Nacho Vidal, me había corrido y todavía no me explico cómo me quedé inconciente sobre las sábanas que yo misma había planchado un par de días atrás. ¡Qué vergüenza, dios mío! Ahora me atormenta pensar demasiado en lo acaecido y más todavía no saber dónde los venden. ¡Pobres hombres, con esta competencia desleal tienen los días contados! No me extraña que los divorcios cada vez sean más. Con una cosa así en el cuerpo, que además no se embelesa con las pelotas de Güiza, para qué quiere una compartir el mando de la tele hasta que la muerte nos separe.

martes, 9 de septiembre de 2008

Consultorio: Un buen cacharro

Después de 30 años de convivencia, durante la celebración de nuestro último aniversario mi señora me ha regalado un dispositivo para alargar el pene que anuncian en la tele de madrugada. Es un cacharro que no sé si servirá para algo, pero ella me ha preguntado en varias ocasiones si lo voy utilizando. No sé qué pensar ni tampoco a qué se debe su interés. Era de las que decían que el tamaño no importaba. Me duele sobre todo porque la relación se está viendo seriamente afectada. Ya nunca será como antes. Y yo que pensaba que con lo llevaba era suficiente. Ya veo que no. Ahora cuando me la busco y la encuentro, la miro y no puedo evitar el sentimiento de culpa. J.L.Fernández, Murcia.
No vamos a negarle que su interés sea legítimo, ni que las madrugadas con poco que meterse tienen esas cosas. Claro que si el alargamiento le funciona en cuanto pueda búsquese una más joven, por experiencia sabe que el tamaño no importa pero se agradece. Y como de bien nacidos es ser agradecidos, aunque sea por solidaridad no olvide pasar la marca.

Consultorio: ¿Los huevos o las gallinas? ¿Qué fueron antes?

¿Sexo sin amor o amor sin sexo? María, Correo electrónico.
Quien pregunta estas cosas no suele estar de acuerdo con lo contrario. Ni admite que sea posible. Son muchos y muchas los que dicen que si no hay amor de por medio ni pensarlo. Es decir, que no lo hacen. Cierto que a nadie les da por preguntarles que amor a qué. También son legión los que proclaman que lo suyo es amor a secas, sin mojar nada de nada.
En las estadísticas los españoles, y las españolas, lo hacen tres con ocho veces a la semana, por eso podrían ser una prueba tanto de lo uno como de lo otro. Y es que las estadísticas son siempre así: alguien lo hace cero con ocho veces a la semana y otros algunas más. Luis Aragonés también cree en las estadísticas, por eso se ha ido a Turquía. De todos modos no sé cuántas veces lo hará a la semana pero en fin.
En cualquier caso sepan que yo no sabría qué sería mejor ni viceversa. Pero voy pensando que eso del amor y el sexo son como el aceite y el agua y poco tienen que ver el uno con la otra, salvo en un buen gazpacho, que es sopa que se debe servir fría. De todas formas la realidad siempre se supera así misma y a las estadísticas.

viernes, 27 de junio de 2008

Consultorio: Indemnización por el gusto perdido

En mi vida no he practicado más método anticonceptivo que la marcha atrás, que saben consiste en que estando en funcionamiento retirarse a tiempo para que la cosa no llegue a producir los efectos indeseados. Hasta hoy siempre funcionó: tenía la firme voluntad de hacerlo y lo hacía. No había más que hablar. Sólo dos veces y voluntariamente se quedó la cosa en el sitio. De esas conservo una parejita que a dios gracias y después de mucho remoloneo ya abandonó el nido familiar.
Ahora, Viagra aparte, empiezo a presentar problemas de tracción y ya casi no llego a fin de mes. Y mira que lo intento, pero la cosa no sale, deben ser los efectos de la crisis o de la desaceleración. Pero lo peor no es eso sino que la que fue tantas veces mi santa y compartió el método, desde que asiste a unas clases de Igualdad y Género está que se las trae y quiere llegar al final. Y lo más preocupante es que amenaza con una querella por los placeres perdidos. ¿Creen que sería viable? ¿Me podrían facilitar el teléfono del ministro de Economía que a él sí que parece que el negocio todavía le funciona?
No se crea todo lo que se cuenta y rece para que ningún tribunal se lo admita a trámite.

martes, 24 de junio de 2008

Coitus interruptus

Dejémonos de teoría y como entre esto de las líneas la práctica es difícil –ya me gustaría a mí- volvamos a lo nuestro y encontremos por lo menos el ejemplo preciso para explicar todo eso que sabemos y no nos atrevimos a revelar, y si me apuran contarles qué es qué, que no siempre es fácil, que uno también tiene su pudor. Un dilema. Claro que eso –lo de contarles- siempre no es posible, que en esto de los coitos y sus aledaños ni todo es paja ni todo lectura comprensiva del Ananga Ranga y ni tan siquiera del Collar de la paloma. Y mucho menos una selección de las canciones de Mecano, que los hay, que las hay, que se corren con cualquier cosa. Intentemos pues referirles qué es el coitus interruptus para que se hagan una idea de su valor y de su trascendencia, hasta didáctica. Y dicho esto me callo porque en boca cerrada ni entran moscas ni nada ajeno que pudieran suponer.
Contaba mi amiga Lola, con toda la sorna que le habían deparado las muchas lecturas de Sabino Arana desde que tenía uso de razón, y sepan que ésas si no instruyen ni sirven de mucho un punto de morbo sí que te dejan en el cuerpo por lo menos, que cierto día andaba en el salón de su casa engrasando sus partes más pecaminosas, sobre un sofá de auténtica polipiel, que si bien no era muy apropiado para echar una siesta, tenía las dimensiones adecuadas para que los polvos juveniles le supiesen a gloria. Claro que cuando hay ganas tampoco hay que rebuscar mucho para eso de gozar. Pues estaba ella –venía diciéndoles- empernacada sobre su novio de entonces, a la grupa cual especialista en una película de vaqueros o cabalgando como infanta de amazona participante en una carrera hípica de saltos sin obstáculos. Sólo de imaginarla da gusto, así que imagínensela viéndola, y hasta sufriéndola si se ponen en situación. Andaba la tal con las manos apoyadas sobre el respaldo del sofá, mientras manteniendo la cadencia precisa y certera, procuraba tan sólo que el cacharro no se saliera de su sitio, que tampoco es cosa anormal pero desconcentra de las labores propias de la ocasión. Subía y bajaba mi conocida (y sepan que les cuento su narración, que en éstas servidor ni metió ni pinchó ni cortó nada) con ese ritmo que aprendido una vez, igual que el andar en bicicleta, no se olvida nunca. Y si es en bicicleta de salón menos.
Se reconfortaba –me contó la vasca- que en las subidas se veía a ella misma reflejada en un pequeño espejo que quedaba cerca de la puerta con las tetas tersas y desafiantes de la gravedad que dios le dio, y que ya quisieran los de Dermoestética para sus anuncios. Y que yendo ya bien engrasada y con un regusto de esos que no se olvidan fácilmente, que cuando ya empezaban a escucharse los primeros ronroneos de su cuerpo y en la medida que subían de tono y la fiesta iba alcanzando lo que hay que alcanzar, estando ya a punto de correrse sin que le temblasen las piernas y con los abdominales bien marcados, que en medio de los pequeño resoplidos de levantadora de piedras y lo que haga falta, sonó el chirriar de la puerta que tras el descompensado traqueteo de la cerradura fue cediendo a la visita. Fue escucharlo y ver cómo fue entrando la tenue luz del pasillo a la casa. La pobre Lola, que lo refiere con la gracia que dijimos, se quedó con la boca ligeramente desencajada y todo el engrase desapareció como por arte de magia. Y quedaron así, entrambos, en suspenso, como si de pronto fueran un reproductor de dvd y la imagen se pudiese congelar o parar a placer. Y fue así como la punta de él quedó casi rozándola y la boca de ella mantuvo el riptus en un punto de gozo y de desesperación. En fin, que todo se quedó en el aire. Ella la primera y sus tetas mirando a la luna después, y si lo que tenía en la boca fuesen palabras, que tampoco, allí se quedaron a medio salir.
Pobre Lola, con qué garbo lo cuenta. Nunca dio más gracias por la miopía congénita que acarreaba toda la familia. El que fuese, papá supongo –decía ella que tampoco se escapaba- , entró, subsanó el olvido y salió echando leches. Y no como otro, que se quedó con la propia puesta.
Pasado el susto intentaron retomar el compás, reengrasar lo engrasable, intercambiarse algún beso, alguna saliva, un ramillete de bacterias y algún restregón. Pero ya no pudo ser. Ella desde entonces está por decir que lo suyo es un trauma, que ya nunca fue igual, que desde aquella tarde y por ahí dentro, algún músculo no funciona como antes, que sí, que recibe con gusto cuando le dan pero que no, que algo se engurruñó aquella sesión vespertina, que alguna parte de su celebro se bloqueó para siempre, y que ya nunca fue igual. Eso es coitus interruptus y lo demás cuento. ¿Quién no lo sufrió alguna vez? Y eso que ése, o alguna de sus variantes, en los tiempos en los que gobernaba doña Carmen, la Collares, la Sección Femenina de doña Pilar Primo de Rivera, lo enseñó y lo recetó cual si fuera lo mejor de lo mejor, inmersos como andábamos en la crisis del petróleo y a falta de plásticos para el mandado, los chubasqueiros do pito que dijeran los otros, y fundas de crochet aparte. Claro que eso, lo de interrumpir sin traumatizarse debía ser, cuando menos un arte que ahora se reclaman para sí los tántricos como ejercicio de autocontrol, algo que mi querida Lola, no alcanzará a entender nunca, sin trauma por lo menos.

miércoles, 16 de abril de 2008

Billy el rápido

No sé qué hacer, preguntaba ella. Mi niño no aguanta ni treinta segundos, lo que dura el anuncio de Coca cola. Y la verdad, esa botella a mí me excita. Es que me imagino al negro del chiste con la suya colgando. El subconsciente que es muy malo. A mi niño –seguía diciendo- le pasa eso porque es muy hombre. Lo dice él y será verdad, porque nada más es rozarme que... Él dice que lo pongo a cien y que por eso en cuanto se la saca se le va el santo al cielo, o a la tapicería del sofá, usted ya me entiende. Él dice que es del estrés, aunque en los veinte años que llevamos de prematrimoniales le ha dado tiempo a achacarlo a casi todo, hasta a la Selección Española por no meter goles. Los suyos, ya se lo he dicho, no duran ni un anuncio. Hubo un tiempo que aguantaba lo que un publi-reportaje. ¡Cómo me gustaba! Pero aquello se acabó. Ahora nos vamos a casar y me gustaría saber si me merece coger noche para la luna de miel en un hotel o quedarme en el sofá de casa con las pausas publicitarias.
Una santa. Le he recomendado que pida cita a su médico para que tramite su canonización.

El tiempo del coito

Dicen los terapeutas sexuales norteamericanos y canadienses, según un estudio publicado por la revista Journal of Sexual Medicine, que con un coito que dure entre tres y siete minutos, es suficiente para que las constantes vitales del personal y el nivel de feromonas –esto lo digo yo- se sitúe en el nivel óptimo, aunque lo deseable, según estos mismos señores, es que el “acto” dure entre siete y trece. Todo lo que pase de este tramo es perder el tiempo. Y el dinero, porque ya saben de sobra que uno y otro son lo mismo. Así que apunten y no se quejen. Claro que con tres minutos el personal puede tener la sensación de que lo suyo no ha pasado de una pausa publicitaria, como aquella presentadora de televisión –nos guardaremos las iniciales para peor ocasión- que lo hacía en los huecos que le dejaba libre la escaleta. ¡Era otro modo de coger el micrófono! Y de encontrar placer en el trabajo. Después –palabrita de Niño Jesús- le dieron hasta la medalla de reglamento por méritos en el trabajo. Aquellos tiempos pasaron y hasta nos impusieron la monarquía. Ahora a lo más Carmen Alcayde enseña el escote o las piernas, que no son lo mismo, como ya deberían saber.
En tres minutos la cosa debe ir muy apurada, aunque a lo mejor es un modo de compaginar las necesidades del alma con las pautas que marca esta sociedad del corre que te alcanzo, en la que la vida sexual de las personas se resiente tanto o más como la capa de ozono. Al fin y al cabo es otro modo de calentamiento global. Pero ustedes entenderán que con tanta escasez temporal, por muy adecuado que sea el coito según dicen esos entendidos, el juego amoroso habrá de quedar para practicarlo más tarde –según y quién- o con la vecina del 4º o con el fontanero que acude a solucionar una emergencia. Si no es así, servidor por lo menos, no entendería en qué quedaría todo. Con tres minutos lo más probable es que ella se quede compuesta y con la miel o lo que sea en los labios.
Con esas prisas de encuesta norteamericana tengan la certeza de que si les da tiempo de ponerse en marcha es que ya iban sobrados. Y si además se han de poner el preservativo, o imponer su uso, para practicar el siempre recomendable coitus condamatus, es que son unos genios de la ingeniería sexual. O unos manitas, o unas expertas. Y si en medio de la escena hemos además de situar un árbitro con su pito y su cronómetro en ristre dispuesto a cobrarse en segundos la demora, estaremos asegurando una variación del coitus interruptus, al que por sus particularidades y por cuanto ha supuesto para el sustento de Occidente y de los valores católicos, dedicaremos un capítulo aparte.
Otra cosa son los coitos reservados. Se llama así al que, a la manera de las prácticas zen, priva a los entretenidos con las cosas de comer de la tralla final, de la eyaculación, del fin de fiesta o de la pausa y la calma que sigue a toda tormenta, y que igual que tantas otras cosas, se ha visto seriamente afectada por la ley contra el tabaco. Con tanta reserva y dejando el cigarrito de después aparte, el placer llegará por otros lados.
Podría ocurrir también que alguno de los congéneres sufriese de coitolalia, es decir, que no parase de hablar durante la relación sexual, aprovechando que el otro tiene la boca llena, para poner en su sitio a cuanto bicho viviente comparta exteriores e interiores con los coitantes. Al igual que alguna práctica que algún día veremos y que si dios no lo remedia, se convertirá en la adecuada para que otra trompa, la de Eustaquio, se tome su merecido descanso. Esto de la coitolalia no es enfermedad descrita en los manuales, sino la consecuencia de sufrir de ataques desmesurados de verborrea, que la otra parte, por no fastidiar la escena, aguanta sin rechistar, o a lo más con algún monosílabo que no interrumpa ni rompa el ritmo la,la,la de la ocasión. Deben además saber que éste es método para el goce y el disfrute, del mismo modo que cuando, tendido a los pies del psiquiatra, uno le cuenta al galeno la fascinación que le produce mirar cómo se aparean en los documentales de La2 los peces payasos. Hecho que bien estudiado puede derivar en una zoofilia con difícil tratamiento.
Tres minutos –que era lo que nos marcan los norteamericanos- sí pueden dar para un coitus ante portam, que es como se llama al que se practica sin que el pene penetre en la vagina y termine eyaculando en el exterior, facilitando de esa manera, al modo de Mónica Lewisky, la recolección de pruebas para los tiempos venideros. Claro que bien mirado el ante portam ni es coito ni nada. A lo más un entretenimiento liviano, un escarceo difícil de clasificar.
Siete minutos, que son la frontera entre lo adecuado y lo deseable, tampoco dan para mucho, pero claro, siempre cabe la posibilidad de recrearse en el cuerpo del compañero o la compañera de aventura o desventura, que no quiero yo opinar sobre la vida sexual de los vegetales. Pero también parece ser que la duración de los juegos –de los Olímpicos no, que no salen de lo mismo- dependerá también de la asiduidad de los contactos, y dicen algunos sabios mal pensados que del conocimiento o desconocimiento del otro. A más cotidianidad menos tiempo, a más desconocimiento más esmero y dedicación. Nada nuevo bajo las sábanas.

domingo, 23 de marzo de 2008

Consultorio sexual: Orgamos democráticos

“No duermo desde que escuché a Zerolo hablar de sus orgasmos democráticos. No me quiero morir si saber en qué consisten. Quizá puedan ayudarme. Si para tenerlos hay que ser diputado, me apunto. ¿Podrá tenerlos un militante del PP?”.
Se lo creerán o no pero ha sido la petición más repetida entre los visitantes del blog. Tomo esa de muestra. Ojalá Zerolo nos explique algún día cómo se consiguen. Invitado queda a esta casa. Y si no seguro que alguna editorial está dispuesta a publicarle el manual de instrucciones. No todo ha de ser aprender a poner la lavadora. Mientras eso llega nos toca suponer.
Por lo pronto democrátiko viene del griego. Y a gente tan versada no le vamos a explicar ahora en qué consiste hacerlo con vistas al Partenón.
¿Pero será necesario poner un presidente en la mesilla de noche para alcanzarlos? Los orgasmos, ya saben. Si es que al final esto si no es Sodomía -perdón, Sodoma- y Gomorra, lo va a parecer. “La familia que ya no es lo que era”. O eso dicen los obispos que saben bastante de todo esto.

Por qué lo llamas así si quieres decir... Sexo

Por qué lo llamas así si quieres decir sexo. ¿O no era eso a lo que te referías? Seguro que me equivoqué. Últimamente me fallan los detectores de feromonas. La primavera y los anuncios de colonias que todo lo alteran. Y además tampoco soy muy bueno para memorizar y repetir una frase hecha. Termino dándole la vuelta y montando el lío padre. De todas formas se entiende. ¿O no? En esto del sexo lo mejor es el entendimiento; y es que aunque muchas veces no se sepa muy bien qué es lo que se entiende, cuando hay sexo de por medio el personal sabe qué quiere decir y a qué quiere dedicar su tiempo libre. ¿Cuántas veces uno no termina de entender qué hacen Pepe y Natacha si él es de Tomares, Sevilla, no tiene ni idea de Ruso –de inglés tampoco- y ella por nacimiento y lengua está emparentada con una prima política de Putin que se crió en Ucrania, en las cercanías de Chernobil. Y les prometo que no tiene muestras de contaminación aparente. No hay más que verla. Debe ser que el sexo es una forma de metacomunicación. Por lo menos. Pero también es verdad que el gran problema de muchas parejas es precisamente la incomunicación. O eso dicen las encuestas. Claro que una cosa son las parejas y otra el sexo. ¡Faltaría más!
Si se acuerdan, cosa poco probable, estábamos hablando de ”echar un polvo”. Y decíamos que esta expresión entroncaba con el génesis de nuestra civilización y de nuestros credos. Dicen los poetas que somos polvo de estrellas. Cosas peores se han dicho. Yo con que la mía no esté emparentada con Silver Estallone me doy por satisfecho. Vía Lactea a un lado, lo de polvo hace alusión al semen. ¿Pero a que no sabían que la original historia con la que muchos padres explican la reproducción humana a sus hijitos del alma con el cuento de la semillita tiene que ver con todo esto? “Papá puso una semillita en la barriguita de mamá y...” Semilla, en latín, semen. Y es que al final nunca inventamos nada, que todo viene de lejos, que casi todo está en la lengua. La savia de la vida. Y es que donde se ponga una buena lengua... Una buena lengua es la leche, otro de los nombres de la simiente. Y además es baja en grasas, en colesterol y se sirve sin tetrabrik. Y además sirve a millones de pobres espermatozoides para lanzarse al vacío.
En algunas zonas de Sudamérica al semen lo llaman “afrecho”, que es la cáscara desmenuzada de los cereales. Antes eso era pienso para animales, ahora que la harina integral está a la última y los problemas de estreñimiento son una constante de nuestra sociedad de atascos y laxantes, igual hasta se lo encuentran entre las recomendaciones anexas a la dieta mediterránea.
O si lo prefieren también pueden optar por “echar un casquete”. La gente que tiene mucha imaginación y ve donde el glande un casco. Otros una bellota. Lo de ponerse el casco es una recomendación laboral y otra de la DGT. Y ya saben que lo más seguro es no quitárselo nunca, salvo operaciones gratuitas de cambio de sexo, que haberlas las hay. Sepan en cualquier caso que esto en los diccionarios sigue siendo vulgar, malsonante; y mis lectores ya sé que son muy finos.
Muchas palabras y poco sexo. ¿No les parece? Y es que ustedes están leyendo esto cuando deberían... El repertorio es tan amplio que mejor se dedican a “enganchar” lo que puedan, que es lo que les recomendaría Raúl Castro para empezar la apertura –del régimen, que les conozco- por algún sitio. Y es que desde el hincar andaluz al foder gallego, pasando por el empiernar venezolano o el jalar de Colombia, son demasiadas las palabras que llevan a la entrepierna y a sus aledaños. Y lo mismo con agarrar, forrar, joder, mojar, carnear, espichar, tirar, culear, curtir...
Y en la América española la cosa todavía puede ser peor. O mejor, si entendemos que la diversidad contribuye a hacerlo más entretenido. Así los argentinos dicen clavar donde los mexicanos planchar o los chilenos afilar. Y ya saben qué afilaba Pablo Neruda que tuvo fama de buen amante. En algunas zonas de Centroamérica hasta se usa pisar, palabra que en la madre patria se reserva para que el gallo y la gallina hagan sus “guarrerías españolas”, versus Chiquito de la Calzada. O montar, expresión que muchos hispanoparlantes reservan para el apareamiento animal, pero que en determinadas zonas de Argentina y Chile se usa para el chingar o el singar centroamericanos. En la República Dominicana, cuando de sacarle lustre a los cacharritos de despichar se trata, como dirían en Costa Rica, dicen “rapar”; que es casi un modo de sacarle brillo al casco que dijimos.
En la aventura sexual también son frecuentes las formas onomatopéyicas. Así una buena sesión de ñaca-ñaca ya se imaginan de qué pudo ser. O si la cosa fue rápida rápida –que diría Arguiñano- mejor será que digan que “echaron un quiqui”, que viene del inglés quickly, rápido y con prisas, hecho como si estuviera a punto de aparecer por la puerta su excitante majestad con su bolsito de reglamento. O foqui-foqui, también del inglés, fuck, follar.
Bueno será terminar –de alguna forma ha de hacerse- con un palabro leído al padre Umbral (q.e.g.e.): fornifollar. Sería la precisión de quien tuvo la suerte de meter la propia entre las piernas de España, su compañera de viaje y su pasión.

domingo, 24 de febrero de 2008

Consultorio sexual: Vaqueros y anticoncepción

¿Me gustaría que me aclarase si se puede una quedar (embarazada, supongo que pregunta) haciéndolo sin quitarse los vaqueros? Mi novio se queja de que así no puede, que le molestan las costuras, que alguna vez hasta le han hecho daño, que tanto frotar cremallera con cremallera está bien para una vez, pero que no para toda la vida. ¡Qué exagerado! Para mí que no me quiere y que por eso le molesta todo lo que me pongo. Antes le gustaba que lo hiciéramos así, pero cada vez pone menos interés. No sé qué hacer.
Ciertamente para darle una respuesta todo lo científica que el caso requiere harían falta datos supraimportantes que no facilita. ¿Comprende que no sería lo mismo que el jeans fuese de marca a que lo hubiera comprado en el mercadillo de su barrio? Por cierto, lugar de mucho polvo. Aunque parezca lo mismo nunca es igual, hasta el top manta tiene sus contraindicaciones. Y es que hay costuras y costuras. Cuando tenga claro ese dato debería hablarlo con su novio, en cualquier caso ese tipo de callos siempre tiene solución, es cuestión de encontrar la crema adecuada. Lo demás merecería una reflexión más pausada; todo llegará

Los nombres del sexo (II)

Y qué emoción aquella la que se nos colaba en las venas cuando en Literatura llegábamos al Romanticismo (¡Cuánto tiene que ver el romanticismo con estos negocios! ¿O tampoco?) y nos encontrábamos con aquella escritora gallega con un libro titulado “Follas novas”. ¡Qué cosas escriben las gallegas! Yo conocí a una que toda su ilusión era hacérselo en el sillón de don Manuel Fraga cuando capitaneaba la Xunta. Ya les contaré si lo consiguió. Ahora no, tiempo habrá. Claro que después uno leía el librito e, incluso sabiendo que la autora era hija del pecado, de los amores de un cura con una niña bien de la tierra, seguiría sin encontrar sentido y sin saber qué tenían que ver aquellos versos con el asunto que realmente nos interesaba. Nada. Sólo las páginas de Ciencias Naturales dedicadas a la reproducción humana y animal les ganaban a las de Rosalía en eso de decepcionar. ¡Qué aburrimiento de naturaleza! ¡Menuda decepción! ¡Pero dios mío, qué es esto! No me extraña que con lecciones así baje la natalidad y siga subiendo el número de anuncios de contactos en los periódicos. “Si en eso consiste la reproducción sexual estamos apañados”, nos decíamos mirándonos nuestras ocultas vergüenzas mientras pensábamos en el penoso futuro que nos esperaba para cuando termináramos de desarrollarnos.
Contactos, otra palabra clave; claro que eso tampoco es amor, no es lo mismo aunque lo parezca, eso es fornicar. ¡Más pecado todavía! Del latín fornicare, que es –fíjense- hacerlo con una prostituta ¿Y también con un prostituto? ¡Qué precisión la de los latinos! Por eso cuando la cosa queda en casa debe decirse con más seriedad, con otra prestancia: “¿Copulamos mi vida? Es sábado y no es fiesta de guardar”. Jodida y afortunada noche que dirían los otros.
Claro que follar también viene del latín: Follis, fuelle, aunque igual el personal tampoco sabe lo que es, el fuelle quería decir, aunque les aseguro que su movimiento podría recordarles a lo que ustedes están pensando.
En ámbitos más místicos se prefiere decir conocer. Y hasta entrar. Conocer es la palabra que usan los traductores de la Biblia. Eso que se llevan los extrovertidos en el cuerpo y la aristocracia que ha perdido el miedo a conocer a gentes de toda condición. ¿Qué será lo que se hace en esos sitios a los que el personal acude “a relajar cuerpo y mente”? En las cuestiones sexuales el eufemismo es el rey. ¿Practicar el coñocimiento –perdonen el el chiste fácil- y la sabiduría? Y así fue que Abraham conoció a... Será verdad que uno no conoce a la otra, al otro –y que me perdone doña Ana Botella-, con todos sus detalles hasta que lo tiene delante, o detrás, que ya hemos hecho la advertencia, hasta que tiene trato con su adversario. Al fin y al cabo conocer es también experimentar, saber y sentir por propia experiencia. “No conoció varón hasta su boda”. ¡Qué cosas! La prueba del pañuelito entre la raza calé, la del algodón en la moderna publicidad. Pero fíjense la importancia del conocimiento en esto de los ayuntamientos, que el tribunal de la ROTA, el órgano eclesiástico que decide qué matrimonios existieron o no incluso después de celebrados, puede basar su decisión en si se perfeccionó el acto o no. Nada de amor. Perfección o imperfección, ese es el dilema. Y se perfecciona lo que se consuma. Y aquí cada cual consume lo que puede.
Lo de tomar o entrar es otra cosa. ¡Válgame dios! En Andalucía la Baja, por ejemplo, puede todavía escucharse la expresión “Entró y se comió la tostá”, en referencia a aquel que probó bocado en casa ajena. No hará falta explicar qué se comió, aunque ya veo que andan cortitos. No se trata de saber si la untó con mantequilla o le puso aceite de oliva, ambas tienen cualidades lubricantes como ya saben. Mucho antes de las bolas chinas, que es un electrodoméstico de última generación, los de Jaén ya se lo montaban con aceitunas antes de mandarlas a rellenar de anchoas.
Lo que sí está más claro es lo que se cuenta cuando se dice que “echó un polvo”. Esta locución entronca directamente con los arcanos y los orígenes más sagrados de nuestra civilización, aunque habrá que advertir que no arrastramos la fama de ser unos linces en eso del sexo. En otras latitudes nos llevaban ventajas; en Occidente ya desde la antigüedad le estamos echando la culpa al estrés y a la esclavitud, antes por unos motivos, ahora por otros, pero esclavos siempre. Debe ser que nos pone ese puntito de perversión. En el Génesis se dice: “Dios formó al hombre del polvo de la tierra, le insufló en sus narices un hálito de vida y así llegó a ser el hombre un ser viviente”. Y de ahí al “polvo eres y en polvo te has de convertir”, un paso: un higo –una manzana dicen otros-, una serpiente y poco más. Y aquellos principios faltaba lo que han puesto después los anuncios publicitarios con la prueba del algodón. En los tiempos modernos una ristra de conocidas se parten el culo en los supermercados buscando al mayordomo de los anuncios. “Así cualquiera tiene la casa limpia de polvo y paja”. Otro tema es el del brillo. ¡Cuánto han hecho don Limpio y otros detergentes por la liberación femenina y la paridad! ¿O será por las paridas? Todo es empezar, como con el sexo.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Los nombres del sexo (I)

Todo lo importante –o lo que preocupa a los hombres, que no tiene por qué ser lo mismo- tiene mil nombres. Son formas de llamar lo mismo de manera diferente. Y es que no debe ser igual nombrar la cosa en la fiesta del gobernador que entre los convocados para el casting de la película de arte y ensayo “Sexo, zanahorias y rebajas”. Eso será. Y además ya saben que el lenguaje ha de ser adecuado a la situación para garantizar el éxito de la comunicación. Y eso lo entiende hasta el más tonto del mundo, que dice Jiménez Losantos en sus corridas matinales.
Por eso lo suyo, incluso sabiendo que la jodienda no tiene enmienda, es decir acto sexual, que sería la expresión científica del negocio, como si los interesados fuésemos dos amebas excitadas para la ocasión. Claro que así y a secas, más que amebas a cualquiera le puede parecer que somos dos babosas que se encuentran en la humedad y se ponen a engrasar los cacharritos para perpetuar la especie. Y así de dos babosas otra babosa, y de una babosa con... En fin, dejemos la zoofilia para peor ocasión.
La Iglesia Católica –que no sé para ustedes, pero para mí siempre fue un referente- también prefiere que lo llamemos así, al fin y al cabo sus santidades gustan que si la cosa sirve para algo lo sea para eso, para sumar cristianitos dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Cierto que eso de sumar adeptos es lo que buscan todas las religiones.
Pero es verdad que la expresión, lo de acto sexual, suena distante, a probetas, a tubo de ensayo, a que lo estuvieran haciendo los vecinos y a nosotros nos llegara el sonido de calidad que ofrece la tabiquería fina. Un día de estos les relataré de cómo una pareja de jóvenes recién casados se convirtió en la mayor atracción de un bloque de vecinos con sus añitos de convivencia a cuestas. El acto sexual, qué cosas.
Claro que siempre hay alguien que se monta el numerito y defiende a muerte que él, que ella, sólo lo hace por amor, que sin amor nada de nada. No te vayas a creer que yo... Almas cándidas que quieren justificar que si sacan los pies del plato fue por amor. Yo sin amor no... Como si el amor tuviese algo que ver con estos asuntos que son, digan sus mercedes lo que digan, puramente físicos, y según he conocido después químicos; lo que es todavía peor. La química de la vida, la reacción en cadena de unas cuantas sustancias de las que no les citaré el nombre para que no confundan esto con la tabla periódica pero que son las culpables de todo. Lo demás son cosas de telenovelas. Y aclaro que lo de tabla periódica tampoco quiere decir una vez cada... Ya me entienden.
Ya ven, casi como los animales, aunque lo que hacen los animales es aparearse, juntarse con otro para reproducirse, lo que obviamente nada tiene que ver con la práctica de los humanos que se lo montan en comunidades de vecinos. Y de vecinas, que si no no hay reproducción ni multiplicación que valga, por lo menos por ahora.
Eso de aparear no se crea que es cualquier cosa, cuando menos es caro y selectivo. Y a veces hasta intervienen ayudantes de cámara que se ponen manos a la obra para que el acto carnal termine como tiene que ser y que no se desperdicie ni una gota. En esos trances zoológicos se habla de montar, que referido al animal macho es unirlo sexualmente a una hembra para que la fecunde; lo mismo que cubrir, que sería un sinónimo para la ocasión; aunque me dicen un par de amigas feministas que eso de cubrir y montar son expresiones machistas que otorgan a la hembra roles pasivos que pertenecen casi a otro tiempo, cuando los griegos por un poner. Y de montar, montería, que era el evento en el que la nobleza y aledaños, aprovechando que los perros tenían ganas de juerga, se daban a la caza de la zorra, y del zorro, hasta que llegó Antonio Banderas y Melani puso vallas al cortijo.
Pero volvamos a lo nuestro, a los tristes y comedidos humanos: ¿Quién no buscó (y no se me disfrace de Benedicto que le conozco) en su tierna adolescencia lo de follar en el diccionario escolar Sopena para encontrarse con esa decepcionante alusión a las hojitas y a los árboles? ¿Y de veras que eso lo hacen los árboles? Empiezo hasta a entender el desmesurado interés de Carmencita Cervera por los cercanos a su museo. Nunca me hubiera imaginado que la razón fuese esa. Tampoco hay que creerse todo lo que dicen los diccionarios, ya saben que en las Academias de la Lengua se cuecen unas habas que mejor no contarlas.
Antes –cuando éramos la reserva espiritual de Occidente y La Collares velaba por nuestra integridad moral- la palabrita ni aparecía en los diccionarios, sólo mentarla era pecado, cosa de adultos en acción, acción de andar por casa o por la ajena, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Tuvo que triunfar la democracia y que Bárbara Rey y María José Cantudo nos enseñaran las tetas y el culo para que apareciese un par de acepciones más allá de lo que hacen los árboles. ¡Cuántas cosas debe nuestro reino a Bárbara Rey! Ahora los diccionarios que se atreven a incluirla dicen que follar es una palabra vulgar. ¿Quién le dirá a la gente que hace los diccionarios lo que es vulgar y no? ¿Y ellos que harán? ¿Se lo montarán entre hoja y hoja? ¿Buscarán la ocasión entre un sinónimo y otro? ¿O serán tan vulgares como el resto de los mortales y no será tan bucólico como estamos suponiendo?
En cualquier caso follar es la acepción más extendida. Follan hasta los perros -y los de marca también- y cuando pueden sus sufridos propietarios. Y aunque no se lo crean hasta los reyes. Y los príncipes, o qué se creían, que las infantas vienen de la Clínica Ruber y del ¡Hola! . Para que se hagan cargo de las necesidades reales y de su historia sexual les recomiendo un libro escrito por el médico pediatra José Ignacio Arana, que según ha confesado ha terminado en las librerías con el título “Los grandes polvos de la historia”, como consecuencia de la decisión de las mujeres que rigen Espasa Calpe, que en cuanto lo leyeron entendieron que lo de “Historias curiosas de la sexualidad”, que era como quería titularlo el buen doctor, sólo lo podía decir un médico invitado a la celebración de la Pascua Militar, pero que eso no iba a vender ni tres en las estanterías de El Corte Inglés. Y como en eso de saber de polvos a las mujeres no les gana nadie ahí tienen el título por si quisieran pedirlo. ¡Qué reyes más calientes hemos tenido! ¡Y qué reinas! Hasta Fernando el Católico, y eso que ya saben que un polvo, un pecado. Y de los graves, que no es cualquier cosa. Y si se hizo por gusto más; por un gusto un disgusto, así que al infierno y sin billete de vuelta y a casa por navidad. Una guasa.