sábado, 28 de febrero de 2009

Consultorio: ¿Por qué soy infiel?

“Cada vez que me separo de mi pareja siento la necesidad de encontrar acomodo en otros brazos. Es un modo de decir que me busco la vida como puedo. No me ocurre sin embargo mientras permanezco a su lado. Es como si las separaciones ocasionales que conlleva mi profesión me impusiera una necesidad que no tengo en un diario. ¿Qué es lo que me pasa?” Francisco Paula, Jerez de la Frontera.
Échele las culpas a la testosterona y a la soledad de los hoteles, que es muy mala y peor compañera. En cualquier caso valore en positivo lo que le pasa. Háblelo con su señora, que eso siempre ayuda a sobrellevar la carga. Hágala comprender que tampoco es tan grave, que por lo menos debe valorar el que no se equivocó en la elección y que hay otras tantas que comparten el gusto y otras cosas. Hágala sentirse orgullosa del hombre que tiene a su lado. Si por el contrario nota que se avergüenza por el que dirán y porque sepan con lo poco que se conforma, hágase cargo de la situación y piénseselo para la próxima vez.

lunes, 23 de febrero de 2009

¿Sexo o saxo, necesidad o necedad, pecado o posado?

No se crean que estas desafortunadas líneas de improbables lectores tienen que ver con lo que parecen. Pero no tomen en serio esta aventura sexual, más propia de confesionario que de procesión por los muladares y hamburgueserías en los que alimentamos a destajo o con poco tiempo nuestros estómagos y nuestras almas. Alimentación precoz, ya lo saben, la basura de nuestra vida, o la basura que nos da la vida, lo que ustedes quieran, que para eso el dicho de que el cliente tiene siempre la razón es un dogma para el que no hace falta ni fe, como en el sexo.
Este sitio será sin duda útil para todos. Y hasta muy provechoso. Quizá lo sea algo menos para la gente que es capaz de excitarse con su vecina de escalera desde aquella tarde que fue pillada tomándose una doble con pavo, queso, pollas en vinagre y salsa de tomate, y se relamió de gusto para engullir el ketchup sobrante. Si usted es una de esas víctimas seguro que también, al fin y al cabo para estos negocios de nuestras partes más bajas sirve casi todo. Y también está el otro extremo, el de quien después de verla en ese trance pierde todo el interés y deja de soñar con ser el fontanero que le arregla todas sus coñerías. Algo similar pasó a pie de tajo para deleite de las oficinistas fisgonas con el mozo que se tomaba una cocacola-light entre excitantes gotas de sudor. Pero al pobre en cuanto abrió la boca se le coló una mosca que lo estropeó todo. Algunas de las mironas dirían después que lo preferían con más cerebro, aunque si la masa gris tiene forma de coca cola de litro mejor, que todo ha de decirse.
Pecados y polvos
Tampoco debe olvidarse que muchos de estos propósitos, incluidos los de los buenos pensamientos, fueron -y para algunos lo siguen siendo- pecado, aunque hay que decir que conozco a más de diez que no tendría inconveniente en vender su alma al Gobierno y hasta al diablo por un buen polvo. Y es que si polvo eres, que sea de calidad, de primera, de club de gourmet, de selecta nevería. Es por eso que si usted es religioso antes de seguir debería persignarse, darle tres vueltas al rosario o propinarse diez golpes en el pecho antes de encomendarse a quien convenga para perdón de sus pecados. Y es que en esto de la jodienda lo que no es sexo es saxo.
Pero nada de eso debe confundirnos porque el sexo después de todo es casi de lo más democrático que se puede colar en nuestras vidas, un factor integrador de primera, que diferencias a parte, termina mezclando las churras con las merinas. En cualquier caso éste es también sin duda lugar para místicos y para ermitaños y exploradores incesantes del cemento, urbanitas de vocación que han hecho del código de barras su signo de reafirmación personal. Cierto que en las horas críticas sólo el sexo se erige como poder. A más crisis más sexo. Y claro, y aunque las consecuencias pueden ser impredecibles, en familia puede ser hasta gratis pero al final se puede terminar convirtiendo en el capricho más caro del mundo.
Hago estas aclaraciones porque hay gente, ya saben que hay personal para todo, que con cierta preocupación me pregunta si esto nuestro del sexo es cachondeo, burla, juego o entretenimiento para personas y animales con derecho a roce y poco que hacer. Es gente que no se entera de que esto es un consultorio en toda regla. Bueno, si ella tiene la regla puede ser un contratiempo pero también, que no todo es meterla, que hay más paraíso que la propia fuente del placer. Pero lo cierto es que hay pocas cosas más serias que estas líneas que procuran el confort del alma, del espíritu y de la entrepierna, que es donde se asegura en foros especializados queda sin duda alguna la gloria. Y el infierno, que para todo hay en esos huecos y en esas protuberancias que nos ayudan a ser lo que somos y a comunicarnos. Porque si algo es el sexo eso es comunicación en primer grado. Por eso, si usted tiene la dispensa papal de comunicarse todos los días, no se engañe y no se deje llevar por lo que dicen las encuestas, y bajo ningún concepto cambie de pareja, que fuera no es oro todo lo que reluce y hay –sobra decirlo- mucha paja suelta. Y entiéndase como quiera.
Meras combinaciones químicas
Puestas estas premisas, debe entenderse también que después de todo somos poco más que química, la de la tabla periódica, que es casi como decir cuándo sí y cuando no. Y que si se ponen muy pesados todo se reduce al conjunto de reacciones en cadena de unos cuantos productos que cualquier día de estos se expenden sin receta en nuestros supermercados de referencia, como ahora los pepinos y las ostras. Sólo así se entiende el éxito de medicamentos como el Viagra que se vende por cubos en internet. Si usted no tiene un spam sobre el particular en su cuenta de correo es que no existe. Y además no se imagina qué colectivo es uno de sus habituales consumidores. Lo normal es pensar en quienes intentan compatibilizar el plan de pensiones con la buena vida y además manteniendo el tipo y el bulto tras el baile. Pues no, y aunque también, entre sus declarados seguidores están los jóvenes, que según parece lo toman los sábados por la noche para estar preparados “para lo que venga”, que el gatizallo, en una sociedad en la que prima el éxito sobre todo, se paga caro y con el descrédito. También es verdad que muchas de esas ventas lo son de falsificaciones, de otros polvos que solo tienen efecto placebo, aunque tampoco es extraño ni ello impide el éxito de la relación, pues al fin y al cabo en esto del sexo tiene mucho que decir lo que advertíamos al principio para hacer de nosotros lo que somos: el cerebro, sus vericuetos y sobre todo su tamaño.
Al final y aunque duela, nuestras relaciones en el sentido más amplio son poco más que el resultado de los niveles en nuestros cuerpos de mamíferos de unas hormonas: testosterona, estrógeno, oxitocina y vasopresina. Y cada una en su sitio justo. La testosterona (masculina) es la que junto a los estrógenos (femeninos) regula el impulso sexual y el éxito de nuestras relaciones y de nuestra actitud para el sexo. Sin olvidar claro está la otra, la aptitud, también esencial. Lo demás, el amor romántico, tiene los días contados, es decir, que apenas sobrevive más de un año o año y medio del impacto inicial, y que en todo caso depende de los niveles de las otras dos hormonas que afectan al circuito del placer o de la recompensa cerebral, la oxitocina y la vasopresina. Así que ya tienen la coartada. No fui yo, que yo no quería, que fue el cuerpo el que me lo pedía.

domingo, 25 de enero de 2009

Consultorio: No sé lo que soy

“Me gusta un chico de mi clase. Hasta ahora jamás hubiera pensado que era homosexual. Lo cierto es que él se me insinuó en un pequeño descansillo que hay en los servicios y me quedé.... Él sí tiene pinta de serlo, yo no. Y además alardea de ello. Cuando pasó no me lo esperaba. Sacando un poco de pecho lo más que pude decirle fue: “pero tío, tú de qué vas”. Ahora no dejo de pensar en él, hasta he tenido un sueño erótico y me he masturbado imaginándomelo ya se puede imaginar cómo. No sé que hacer. Si mis padres se enteran seguro que me dejan sin play station lo que me queda de vida. Aunque igual esto no es más que un calentón y de verdad esas cosas a mí no me gustan. ¿Hay algún modo de saberlo?” Pablo P.
No se preocupe, ya ni la Iglesia los quema en la hoguera ni el Gobierno de la nación los manda encarcelar. Espere un poco y cuando lo tenga más claro pida cita en “El diario de Patricia” o como ahora se llame. Vaya y cuente su historia. Ya verá lo feliz que se siente.

Llegar y pegar, el efecto testosterona

Cuentan las crónicas que hubo una vez un buen hombre que mientras tomaba su matutino café con leche migado con pan, aceite y azúcar, con disciplencia de funcionario y aplicado como él solo sabía hacerlo, que sin mediar palabra apenas, se le acercó una señora de buen ver, abrigo largo y negro pero de diario, nada de ostentación ni lujo que advirtiera que era prenda de noche y fiestas del embajador, medias negras, y si uno se fija bien mejor diría eran grises y muy tupidas aunque sin llegar a ser leotardos. Aquel santo varón comprobaría después que eran pantys que guardaban una braga casi pantalón, blancas lino y escasamente elásticas que le cubría a la doña y sin demasiado esfuerzo hasta casi el ombligo.
-¿Follamos? Fue lo único que ella dijo con claridad meridiana, con rotundidad de chica del Tiempo en la tele.
Él, corto de verbo pero con un cacharro a prueba de mediciones, pidió un “por favor, no se me preocupe que en un momento estoy con usted” sin decir una palabra, blandiendo solo un rápido movimiento de pestañas y notando que pernil abajo el monstruo, el cacharro de micciones y otros entretenimientos, emergía de las profundidades del invierno y de aquellos calzoncillos de tergal zurcidos y planchados con mimo aquel mismo amanecer por mamá, la misma que al salir de casa, con la cara recién lavada con nada más que agua fresca, todo lo que daban de sí las tuberías en invierno, le había alabado lo guapo, lo guapísimo que estaba su niño, aquel santo que hoy –ese día decíamos- tenía el guapo subido. Y por supuesto que follaron, no estaba la cosa hace cincuenta años para remilgos ni consideraciones y más para un mozo como el tal, que apunaba manera de soltero empedernido, algo que también se iba convirtiendo en tradición familiar, que no mojaría nunca más, y sólo porque aquella jodienda, inusitada e inesperada le dejó tal regusto que ya nunca quiso, esperando de nuevo a la doña, traicionar el buen sabor en la memoria.
Pescado fresco
Otra mañana, recién abierto el puesto de pescado en el mercado de abastos, sin apenas más tiempo que el imprescindible para colocarse el delantal de hule que la protegería de los avatares y las prisas diarias del negocio, con presura pero con cuidado de no pincharse en los pechos con los imperdibles con que se cogía la parte superior del mismo, con el tiempo exacto decíamos de ordenar sobre la tarima del mostrador y de rociar a tanta exquisitez marina con el poco de hielo picado que le permitiera mantener el tipo del frescor y del recién cogido, que apareció frente al puesto un encopetado caballero con el sombrero ligeramente inclinado, bien afeitado y exhalando efluvios a varón dandy, que señaló sin titubeos de cliente habitual una pescadilla, la misma que agarró con fuerza con su mano derecha como si estuviera a punto de reventarla, pero que terminó dejando sobre el peso (¡A qué vendrían esas confianzas, a nadie jamás lo había permitido ella nunca, el género de siempre se mira pero no se toca, bien claro lo decía el cartelón que tenía a su espalda) jugando a un estudiado equilibrio sobre el plato de la balanza, quedando el bicho marino con medio cuerpo y otro medio fuera pero chorreando boca abajo y con una hilacha de agua ciertamente gelatinosa que cubría sin perder continuidad el trayecto del peso al mostrador. O fue ese modo de coger el bicho como si fuera lo suyo o lo propio en momentos de fruición y solitaria algarabía, o quizá también la manera con la que el mismo, sin duda de nuevo abusando de la confianza, le pasó al rape expuesto para la venta el dedo por la comisura de su boca despatarrada y entreabierta en la que asomaba algo de lengua o lo que fuera, permitiéndose retocarla y recrearse como si jugara dios sabría con qué. La cosa es que o por una o por otra o por las dos, o por ninguna, que también puede ser y estas cosas pasan y no se sabe muy bien el porqué, que la pescadera quedó noqueada y patidifusa, y sin encontrar palabras que sirvieran de mediación para nada, se llevó al del sombrero ligeramente inclinado a la trastienda, una habitación sin más ventilación que la propia puerta que hacía las veces de almacenillo y de recogelotodo, y fue allí sobre un triste rincón que después para siempre le parecería un trozo de la gloria, donde entre pliegos de papel de estraza y bolsas de plástico dispuestas para la necesidad diaria, donde al buen hombre le desvencijó la portañuela y lo dejó de un tirón sin bragueta y con el mandado asomándole cual si fuera la pescadilla de antes que hubiera recobrado la compostura, el rigor y la vida, y a la que ella, con las bragas a ras de suelo, con el mandil y la falda remangados sobre el vientre, casi estorbándole en las tetas enhiestas, empitonadas y hasta arrecidas, como jodieron los dos aquella mañana de la que guardaría –a pesar de la puesta en escena- para siempre la singular memoria, de no explicársela ni de entenderla, pero en la que se corrió como jamás hubiera pensado que era posible con un orgasmo que se prolongó más allá de los cinco minutos, con unos berridos y un acompañamiento músico vocal del que hablaron largo tiempo los vecinos, que a más, conociéndola, todavía daban menos carta de naturaleza al espectáculo.
Pero les prometo que fue así. Ella nunca tampoco se explicó muy bien qué fue lo que pasó. Que ella no era de esas quiso decir alguna vez. Pero lo cierto fue que pasó. Incluso, para salvaguardar su compostura de recatada ideal, algún día lo quiso justificar aludiendo a los extraterrestres, quizá, porque todo hay que decirlo, lo que aquel hombre le cedió para su uso y disfrute aquella mañana de gustosa memoria, si no era de esa naturaleza sabe dios y sus arcángeles que bien podría serlo.
Debieron pasar muchos años para que uno y otra, el del café migado y la pescadera, entendieran que lo de aquella mañana fue una subida inexplicable de la testosterona que les cambio el pulso y la faz hasta hacerlos perder –si se puede decir así- los estribos y la cordura, permitiéndoles sensaciones que cualquiera hubiera imaginado sólo se dan en los anuncios de colonia. Los científicos que son capaces de explicarlo todo, menos mal.