domingo, 24 de febrero de 2008

Consultorio sexual: Vaqueros y anticoncepción

¿Me gustaría que me aclarase si se puede una quedar (embarazada, supongo que pregunta) haciéndolo sin quitarse los vaqueros? Mi novio se queja de que así no puede, que le molestan las costuras, que alguna vez hasta le han hecho daño, que tanto frotar cremallera con cremallera está bien para una vez, pero que no para toda la vida. ¡Qué exagerado! Para mí que no me quiere y que por eso le molesta todo lo que me pongo. Antes le gustaba que lo hiciéramos así, pero cada vez pone menos interés. No sé qué hacer.
Ciertamente para darle una respuesta todo lo científica que el caso requiere harían falta datos supraimportantes que no facilita. ¿Comprende que no sería lo mismo que el jeans fuese de marca a que lo hubiera comprado en el mercadillo de su barrio? Por cierto, lugar de mucho polvo. Aunque parezca lo mismo nunca es igual, hasta el top manta tiene sus contraindicaciones. Y es que hay costuras y costuras. Cuando tenga claro ese dato debería hablarlo con su novio, en cualquier caso ese tipo de callos siempre tiene solución, es cuestión de encontrar la crema adecuada. Lo demás merecería una reflexión más pausada; todo llegará

Los nombres del sexo (II)

Y qué emoción aquella la que se nos colaba en las venas cuando en Literatura llegábamos al Romanticismo (¡Cuánto tiene que ver el romanticismo con estos negocios! ¿O tampoco?) y nos encontrábamos con aquella escritora gallega con un libro titulado “Follas novas”. ¡Qué cosas escriben las gallegas! Yo conocí a una que toda su ilusión era hacérselo en el sillón de don Manuel Fraga cuando capitaneaba la Xunta. Ya les contaré si lo consiguió. Ahora no, tiempo habrá. Claro que después uno leía el librito e, incluso sabiendo que la autora era hija del pecado, de los amores de un cura con una niña bien de la tierra, seguiría sin encontrar sentido y sin saber qué tenían que ver aquellos versos con el asunto que realmente nos interesaba. Nada. Sólo las páginas de Ciencias Naturales dedicadas a la reproducción humana y animal les ganaban a las de Rosalía en eso de decepcionar. ¡Qué aburrimiento de naturaleza! ¡Menuda decepción! ¡Pero dios mío, qué es esto! No me extraña que con lecciones así baje la natalidad y siga subiendo el número de anuncios de contactos en los periódicos. “Si en eso consiste la reproducción sexual estamos apañados”, nos decíamos mirándonos nuestras ocultas vergüenzas mientras pensábamos en el penoso futuro que nos esperaba para cuando termináramos de desarrollarnos.
Contactos, otra palabra clave; claro que eso tampoco es amor, no es lo mismo aunque lo parezca, eso es fornicar. ¡Más pecado todavía! Del latín fornicare, que es –fíjense- hacerlo con una prostituta ¿Y también con un prostituto? ¡Qué precisión la de los latinos! Por eso cuando la cosa queda en casa debe decirse con más seriedad, con otra prestancia: “¿Copulamos mi vida? Es sábado y no es fiesta de guardar”. Jodida y afortunada noche que dirían los otros.
Claro que follar también viene del latín: Follis, fuelle, aunque igual el personal tampoco sabe lo que es, el fuelle quería decir, aunque les aseguro que su movimiento podría recordarles a lo que ustedes están pensando.
En ámbitos más místicos se prefiere decir conocer. Y hasta entrar. Conocer es la palabra que usan los traductores de la Biblia. Eso que se llevan los extrovertidos en el cuerpo y la aristocracia que ha perdido el miedo a conocer a gentes de toda condición. ¿Qué será lo que se hace en esos sitios a los que el personal acude “a relajar cuerpo y mente”? En las cuestiones sexuales el eufemismo es el rey. ¿Practicar el coñocimiento –perdonen el el chiste fácil- y la sabiduría? Y así fue que Abraham conoció a... Será verdad que uno no conoce a la otra, al otro –y que me perdone doña Ana Botella-, con todos sus detalles hasta que lo tiene delante, o detrás, que ya hemos hecho la advertencia, hasta que tiene trato con su adversario. Al fin y al cabo conocer es también experimentar, saber y sentir por propia experiencia. “No conoció varón hasta su boda”. ¡Qué cosas! La prueba del pañuelito entre la raza calé, la del algodón en la moderna publicidad. Pero fíjense la importancia del conocimiento en esto de los ayuntamientos, que el tribunal de la ROTA, el órgano eclesiástico que decide qué matrimonios existieron o no incluso después de celebrados, puede basar su decisión en si se perfeccionó el acto o no. Nada de amor. Perfección o imperfección, ese es el dilema. Y se perfecciona lo que se consuma. Y aquí cada cual consume lo que puede.
Lo de tomar o entrar es otra cosa. ¡Válgame dios! En Andalucía la Baja, por ejemplo, puede todavía escucharse la expresión “Entró y se comió la tostá”, en referencia a aquel que probó bocado en casa ajena. No hará falta explicar qué se comió, aunque ya veo que andan cortitos. No se trata de saber si la untó con mantequilla o le puso aceite de oliva, ambas tienen cualidades lubricantes como ya saben. Mucho antes de las bolas chinas, que es un electrodoméstico de última generación, los de Jaén ya se lo montaban con aceitunas antes de mandarlas a rellenar de anchoas.
Lo que sí está más claro es lo que se cuenta cuando se dice que “echó un polvo”. Esta locución entronca directamente con los arcanos y los orígenes más sagrados de nuestra civilización, aunque habrá que advertir que no arrastramos la fama de ser unos linces en eso del sexo. En otras latitudes nos llevaban ventajas; en Occidente ya desde la antigüedad le estamos echando la culpa al estrés y a la esclavitud, antes por unos motivos, ahora por otros, pero esclavos siempre. Debe ser que nos pone ese puntito de perversión. En el Génesis se dice: “Dios formó al hombre del polvo de la tierra, le insufló en sus narices un hálito de vida y así llegó a ser el hombre un ser viviente”. Y de ahí al “polvo eres y en polvo te has de convertir”, un paso: un higo –una manzana dicen otros-, una serpiente y poco más. Y aquellos principios faltaba lo que han puesto después los anuncios publicitarios con la prueba del algodón. En los tiempos modernos una ristra de conocidas se parten el culo en los supermercados buscando al mayordomo de los anuncios. “Así cualquiera tiene la casa limpia de polvo y paja”. Otro tema es el del brillo. ¡Cuánto han hecho don Limpio y otros detergentes por la liberación femenina y la paridad! ¿O será por las paridas? Todo es empezar, como con el sexo.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Los nombres del sexo (I)

Todo lo importante –o lo que preocupa a los hombres, que no tiene por qué ser lo mismo- tiene mil nombres. Son formas de llamar lo mismo de manera diferente. Y es que no debe ser igual nombrar la cosa en la fiesta del gobernador que entre los convocados para el casting de la película de arte y ensayo “Sexo, zanahorias y rebajas”. Eso será. Y además ya saben que el lenguaje ha de ser adecuado a la situación para garantizar el éxito de la comunicación. Y eso lo entiende hasta el más tonto del mundo, que dice Jiménez Losantos en sus corridas matinales.
Por eso lo suyo, incluso sabiendo que la jodienda no tiene enmienda, es decir acto sexual, que sería la expresión científica del negocio, como si los interesados fuésemos dos amebas excitadas para la ocasión. Claro que así y a secas, más que amebas a cualquiera le puede parecer que somos dos babosas que se encuentran en la humedad y se ponen a engrasar los cacharritos para perpetuar la especie. Y así de dos babosas otra babosa, y de una babosa con... En fin, dejemos la zoofilia para peor ocasión.
La Iglesia Católica –que no sé para ustedes, pero para mí siempre fue un referente- también prefiere que lo llamemos así, al fin y al cabo sus santidades gustan que si la cosa sirve para algo lo sea para eso, para sumar cristianitos dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Cierto que eso de sumar adeptos es lo que buscan todas las religiones.
Pero es verdad que la expresión, lo de acto sexual, suena distante, a probetas, a tubo de ensayo, a que lo estuvieran haciendo los vecinos y a nosotros nos llegara el sonido de calidad que ofrece la tabiquería fina. Un día de estos les relataré de cómo una pareja de jóvenes recién casados se convirtió en la mayor atracción de un bloque de vecinos con sus añitos de convivencia a cuestas. El acto sexual, qué cosas.
Claro que siempre hay alguien que se monta el numerito y defiende a muerte que él, que ella, sólo lo hace por amor, que sin amor nada de nada. No te vayas a creer que yo... Almas cándidas que quieren justificar que si sacan los pies del plato fue por amor. Yo sin amor no... Como si el amor tuviese algo que ver con estos asuntos que son, digan sus mercedes lo que digan, puramente físicos, y según he conocido después químicos; lo que es todavía peor. La química de la vida, la reacción en cadena de unas cuantas sustancias de las que no les citaré el nombre para que no confundan esto con la tabla periódica pero que son las culpables de todo. Lo demás son cosas de telenovelas. Y aclaro que lo de tabla periódica tampoco quiere decir una vez cada... Ya me entienden.
Ya ven, casi como los animales, aunque lo que hacen los animales es aparearse, juntarse con otro para reproducirse, lo que obviamente nada tiene que ver con la práctica de los humanos que se lo montan en comunidades de vecinos. Y de vecinas, que si no no hay reproducción ni multiplicación que valga, por lo menos por ahora.
Eso de aparear no se crea que es cualquier cosa, cuando menos es caro y selectivo. Y a veces hasta intervienen ayudantes de cámara que se ponen manos a la obra para que el acto carnal termine como tiene que ser y que no se desperdicie ni una gota. En esos trances zoológicos se habla de montar, que referido al animal macho es unirlo sexualmente a una hembra para que la fecunde; lo mismo que cubrir, que sería un sinónimo para la ocasión; aunque me dicen un par de amigas feministas que eso de cubrir y montar son expresiones machistas que otorgan a la hembra roles pasivos que pertenecen casi a otro tiempo, cuando los griegos por un poner. Y de montar, montería, que era el evento en el que la nobleza y aledaños, aprovechando que los perros tenían ganas de juerga, se daban a la caza de la zorra, y del zorro, hasta que llegó Antonio Banderas y Melani puso vallas al cortijo.
Pero volvamos a lo nuestro, a los tristes y comedidos humanos: ¿Quién no buscó (y no se me disfrace de Benedicto que le conozco) en su tierna adolescencia lo de follar en el diccionario escolar Sopena para encontrarse con esa decepcionante alusión a las hojitas y a los árboles? ¿Y de veras que eso lo hacen los árboles? Empiezo hasta a entender el desmesurado interés de Carmencita Cervera por los cercanos a su museo. Nunca me hubiera imaginado que la razón fuese esa. Tampoco hay que creerse todo lo que dicen los diccionarios, ya saben que en las Academias de la Lengua se cuecen unas habas que mejor no contarlas.
Antes –cuando éramos la reserva espiritual de Occidente y La Collares velaba por nuestra integridad moral- la palabrita ni aparecía en los diccionarios, sólo mentarla era pecado, cosa de adultos en acción, acción de andar por casa o por la ajena, que tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Tuvo que triunfar la democracia y que Bárbara Rey y María José Cantudo nos enseñaran las tetas y el culo para que apareciese un par de acepciones más allá de lo que hacen los árboles. ¡Cuántas cosas debe nuestro reino a Bárbara Rey! Ahora los diccionarios que se atreven a incluirla dicen que follar es una palabra vulgar. ¿Quién le dirá a la gente que hace los diccionarios lo que es vulgar y no? ¿Y ellos que harán? ¿Se lo montarán entre hoja y hoja? ¿Buscarán la ocasión entre un sinónimo y otro? ¿O serán tan vulgares como el resto de los mortales y no será tan bucólico como estamos suponiendo?
En cualquier caso follar es la acepción más extendida. Follan hasta los perros -y los de marca también- y cuando pueden sus sufridos propietarios. Y aunque no se lo crean hasta los reyes. Y los príncipes, o qué se creían, que las infantas vienen de la Clínica Ruber y del ¡Hola! . Para que se hagan cargo de las necesidades reales y de su historia sexual les recomiendo un libro escrito por el médico pediatra José Ignacio Arana, que según ha confesado ha terminado en las librerías con el título “Los grandes polvos de la historia”, como consecuencia de la decisión de las mujeres que rigen Espasa Calpe, que en cuanto lo leyeron entendieron que lo de “Historias curiosas de la sexualidad”, que era como quería titularlo el buen doctor, sólo lo podía decir un médico invitado a la celebración de la Pascua Militar, pero que eso no iba a vender ni tres en las estanterías de El Corte Inglés. Y como en eso de saber de polvos a las mujeres no les gana nadie ahí tienen el título por si quisieran pedirlo. ¡Qué reyes más calientes hemos tenido! ¡Y qué reinas! Hasta Fernando el Católico, y eso que ya saben que un polvo, un pecado. Y de los graves, que no es cualquier cosa. Y si se hizo por gusto más; por un gusto un disgusto, así que al infierno y sin billete de vuelta y a casa por navidad. Una guasa.