miércoles, 16 de abril de 2008

Billy el rápido

No sé qué hacer, preguntaba ella. Mi niño no aguanta ni treinta segundos, lo que dura el anuncio de Coca cola. Y la verdad, esa botella a mí me excita. Es que me imagino al negro del chiste con la suya colgando. El subconsciente que es muy malo. A mi niño –seguía diciendo- le pasa eso porque es muy hombre. Lo dice él y será verdad, porque nada más es rozarme que... Él dice que lo pongo a cien y que por eso en cuanto se la saca se le va el santo al cielo, o a la tapicería del sofá, usted ya me entiende. Él dice que es del estrés, aunque en los veinte años que llevamos de prematrimoniales le ha dado tiempo a achacarlo a casi todo, hasta a la Selección Española por no meter goles. Los suyos, ya se lo he dicho, no duran ni un anuncio. Hubo un tiempo que aguantaba lo que un publi-reportaje. ¡Cómo me gustaba! Pero aquello se acabó. Ahora nos vamos a casar y me gustaría saber si me merece coger noche para la luna de miel en un hotel o quedarme en el sofá de casa con las pausas publicitarias.
Una santa. Le he recomendado que pida cita a su médico para que tramite su canonización.

El tiempo del coito

Dicen los terapeutas sexuales norteamericanos y canadienses, según un estudio publicado por la revista Journal of Sexual Medicine, que con un coito que dure entre tres y siete minutos, es suficiente para que las constantes vitales del personal y el nivel de feromonas –esto lo digo yo- se sitúe en el nivel óptimo, aunque lo deseable, según estos mismos señores, es que el “acto” dure entre siete y trece. Todo lo que pase de este tramo es perder el tiempo. Y el dinero, porque ya saben de sobra que uno y otro son lo mismo. Así que apunten y no se quejen. Claro que con tres minutos el personal puede tener la sensación de que lo suyo no ha pasado de una pausa publicitaria, como aquella presentadora de televisión –nos guardaremos las iniciales para peor ocasión- que lo hacía en los huecos que le dejaba libre la escaleta. ¡Era otro modo de coger el micrófono! Y de encontrar placer en el trabajo. Después –palabrita de Niño Jesús- le dieron hasta la medalla de reglamento por méritos en el trabajo. Aquellos tiempos pasaron y hasta nos impusieron la monarquía. Ahora a lo más Carmen Alcayde enseña el escote o las piernas, que no son lo mismo, como ya deberían saber.
En tres minutos la cosa debe ir muy apurada, aunque a lo mejor es un modo de compaginar las necesidades del alma con las pautas que marca esta sociedad del corre que te alcanzo, en la que la vida sexual de las personas se resiente tanto o más como la capa de ozono. Al fin y al cabo es otro modo de calentamiento global. Pero ustedes entenderán que con tanta escasez temporal, por muy adecuado que sea el coito según dicen esos entendidos, el juego amoroso habrá de quedar para practicarlo más tarde –según y quién- o con la vecina del 4º o con el fontanero que acude a solucionar una emergencia. Si no es así, servidor por lo menos, no entendería en qué quedaría todo. Con tres minutos lo más probable es que ella se quede compuesta y con la miel o lo que sea en los labios.
Con esas prisas de encuesta norteamericana tengan la certeza de que si les da tiempo de ponerse en marcha es que ya iban sobrados. Y si además se han de poner el preservativo, o imponer su uso, para practicar el siempre recomendable coitus condamatus, es que son unos genios de la ingeniería sexual. O unos manitas, o unas expertas. Y si en medio de la escena hemos además de situar un árbitro con su pito y su cronómetro en ristre dispuesto a cobrarse en segundos la demora, estaremos asegurando una variación del coitus interruptus, al que por sus particularidades y por cuanto ha supuesto para el sustento de Occidente y de los valores católicos, dedicaremos un capítulo aparte.
Otra cosa son los coitos reservados. Se llama así al que, a la manera de las prácticas zen, priva a los entretenidos con las cosas de comer de la tralla final, de la eyaculación, del fin de fiesta o de la pausa y la calma que sigue a toda tormenta, y que igual que tantas otras cosas, se ha visto seriamente afectada por la ley contra el tabaco. Con tanta reserva y dejando el cigarrito de después aparte, el placer llegará por otros lados.
Podría ocurrir también que alguno de los congéneres sufriese de coitolalia, es decir, que no parase de hablar durante la relación sexual, aprovechando que el otro tiene la boca llena, para poner en su sitio a cuanto bicho viviente comparta exteriores e interiores con los coitantes. Al igual que alguna práctica que algún día veremos y que si dios no lo remedia, se convertirá en la adecuada para que otra trompa, la de Eustaquio, se tome su merecido descanso. Esto de la coitolalia no es enfermedad descrita en los manuales, sino la consecuencia de sufrir de ataques desmesurados de verborrea, que la otra parte, por no fastidiar la escena, aguanta sin rechistar, o a lo más con algún monosílabo que no interrumpa ni rompa el ritmo la,la,la de la ocasión. Deben además saber que éste es método para el goce y el disfrute, del mismo modo que cuando, tendido a los pies del psiquiatra, uno le cuenta al galeno la fascinación que le produce mirar cómo se aparean en los documentales de La2 los peces payasos. Hecho que bien estudiado puede derivar en una zoofilia con difícil tratamiento.
Tres minutos –que era lo que nos marcan los norteamericanos- sí pueden dar para un coitus ante portam, que es como se llama al que se practica sin que el pene penetre en la vagina y termine eyaculando en el exterior, facilitando de esa manera, al modo de Mónica Lewisky, la recolección de pruebas para los tiempos venideros. Claro que bien mirado el ante portam ni es coito ni nada. A lo más un entretenimiento liviano, un escarceo difícil de clasificar.
Siete minutos, que son la frontera entre lo adecuado y lo deseable, tampoco dan para mucho, pero claro, siempre cabe la posibilidad de recrearse en el cuerpo del compañero o la compañera de aventura o desventura, que no quiero yo opinar sobre la vida sexual de los vegetales. Pero también parece ser que la duración de los juegos –de los Olímpicos no, que no salen de lo mismo- dependerá también de la asiduidad de los contactos, y dicen algunos sabios mal pensados que del conocimiento o desconocimiento del otro. A más cotidianidad menos tiempo, a más desconocimiento más esmero y dedicación. Nada nuevo bajo las sábanas.